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Home > 003 - Líneas de Concesión Nacional 101/150

Un inolvidable Mack, algo "aporreado"
Este viejo y querido Mack de Transportes de Buenos Aires, al servicio de la línea 102 (luego 142) ya muestra señales del uso y del trato que generalmente se les daba a los ómnibus plateados.
Los innumerables bollos que presenta en su frente son señales de que ya no estaba en sus mejores tiempos. El paragolpes también presenta marcas, aunque se ve al lateral sorprendentemente liso, sin toques o marcas de magnitud.
Esta foto nos presenta dudas de la avenida en donde se la tomó. ¿Alguien la reconoce?
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Filename:102266.jpg
Album name:busarg / 003 - Líneas de Concesión Nacional 101/150
Rating (3 votes):
Chasis/Año:Mack C-41 / 1948
Carrocería:Mack, original
Empresa / Línea:Transportes de Buenos Aires / Línea 102 (luego 142)
Ciudad / Provincia / País:Buenos Aires / Argentina
File Size:46 KB
Date added:Jan 18, 2013
Dimensions:531 x 386 pixels
Displayed:1690 times
URL:http://busarg.com.ar/fotogaleria/displayimage.php?pos=-4316
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angeldelasoledad  [Jan 18, 2013 at 12:07 PM]
Que hermosura, me hubiera gustado viajar en uno.
ElTito  [Jan 18, 2013 at 12:12 PM]
Que lindo. Eran muy comodos. Yo siempre adelante observando al chofer.
Lucho  [Jan 18, 2013 at 12:47 PM]
Aporreado? Este está nuevo!! Si no veo mal, hasta tiene el limpiaparabrisas derecho.
busarg  [Jan 18, 2013 at 12:50 PM]
Ah, bueno... si tener el limpiaparabrisas derecho es sinónimo de buen estado, hay algo que en TBA no funcionaba bien, evidentemente...
geb  [Jan 18, 2013 at 02:56 PM]
Me da la impresión de ser Córdoba, a la altura de Tribunales...
ElTito  [Jan 18, 2013 at 03:38 PM]
Por lo menos este tiene el limpiaparabrisas del lado izquierdo (del lado de la entrada), habian muchos que ya no lo tenian. Los Leyland tambien.
Fabricio Revetria  [Jan 18, 2013 at 03:55 PM]
Disculpen me ingnorancia, pero es un 125?. ¡caigo muerto! y Ale sabe por que.
Eduardo Maciel  [Jan 18, 2013 at 04:11 PM]
Muy buena la fotografia... Para descubrir o en lo Posible se tendria que ver lasd Guias de transportes de aqueloos años, quizas se encuentre el recorrido de la linea. Dado que sacar a simple vista si es la avenida Cordordoba cuesta un poco.
MAPTBA  [Jan 18, 2013 at 04:13 PM]
Es la av Córdoba, la vereda de la parada corresponde a la plaza Libertad. La esquina oculta detrás del Mack es la de la calle Talcahuano. Atrás viene un Leyland de la 132.
El coche es el 3320, que posteriormente pasó del garaje Buenos Aires al de Quirno Costa. La escena es de la película "La noche de Venus" de 1955. Aunque desde 1951 la 102 se había extendido hasta la Aduana, en el tablero aún dice PLAZA de MAYO. En ese mismo 1955, cuando se rehicieron los rollos en colores, modificaron la leyenda y pusieron ADUANA.
busarg  [Jan 18, 2013 at 04:17 PM]
Fabricio: es un 102 (luego 142). No es un 125. Ese es difícil...
edgardo  [Jan 18, 2013 at 04:48 PM]
Acabo de hacer un comentario sobre los Mack de la 168 en el archivo referido a la linea 58 ,por si les interesa.
busarg  [Jan 18, 2013 at 04:57 PM]
Vale la pena recordar el cuento de Cortázar. Una perlita... aunque a mi juicio tiene un error histórico. A ver quién lo descubre...
Ómnibus



—Si le viene bien, tráigame El Hogar cuando vuelva —pidió la señora Roberta, reclinándose en el sillón para la siesta. Clara ordenaba las medicinas en la mesita de ruedas, recorría la habitación con una mirada precisa. No faltaba nada, la niña Matilde se quedaría cuidando a la señora Roberta, la mucama estaba al corriente de lo necesario. Ahora podía salir, con toda la tarde del sábado para ella sola, su amiga Ana esperándola para charlar, el té dulcísimo a las cinco y media, la radio y los chocolates.

A las dos, cuando la ola de los empleados termina de romper en los umbrales de tanta casa, Villa del Parque se pone desierta y luminosa. Por Tinogasta y Zamudio bajó Clara taconeando distintamente, saboreando un sol de noviembre roto por islas de sombra que le tiraban a su paso los árboles de Agronomía. En la esquina de Avenida San Martín y Nogoyá, mientras esperaba el ómnibus 168, oyó una batalla de gorriones sobre su cabeza, y la torre florentina de San Juan María Vianney le pareció más roja contra el cielo sin nubes, alto hasta dar vértigo. Pasó don Luis, el relojero, y la saludó apreciativo, como si alabara su figura prolija, los zapatos que la hacían más esbelta, su cuellito blanco sobre la blusa crema. Por la calle vacía vino remolonamente el 168, soltando su seco bufido insatisfecho al abrirse la puerta para Clara, sola pasajera en la esquina callada de la tarde.

Buscando las monedas en el bolso lleno de cosas, se demoró en pagar el boleto. El guarda esperaba con cara de pocos amigos, retacón y compadre sobre sus piernas combadas, canchero para aguantar los virajes y las frenadas. Dos veces le dijo Clara: "De quince", sin que el tipo le sacara los ojos de encima, como extrañado de algo. Después le dio el boleto rosado, y Clara se acordó de un verso de infancia, algo como: "Marca, marca, boletero, un boleto azul orosa; canta, canta alguna cosa, mientras cuentas el dinero." Sonriendo para ella buscó asiento hacia el fondo, halló vacío el que correspondía a Puerta de Emergencia, y se instaló con el menudo placer de propietario que siempre da el lado de la ventanilla. Entonces vio que el guarda la segía mirando. Y en la esquina del puente de Avenida San Martín, antes de virar, el conductor se dio vuelta y también la miró, con trabajo por la distancia pero buscando hasta distinguirla muy hundida en su asiento. Era un rubio huesudo con cara de hambre, que cambió unas palabras con el guarda, los dos miraron a Clara, se miraron entre ellos, el ómnibus dio un salto y se metió por Chorroarín a toda carrera.

"Par de estúpidos", pensó Clara entre halagada y nerviosa. Ocupada en guardar su boleto en el monedero, observó de reojo a la señora del gran ramo de claveles que viajaba en el asiento de adelante. Entonces la señora la miró a ella, por sobre el ramo se dio vuelta y la miró dulcemente como una vaca sobre un cerco, y Clara sacó un espejito y estuvo en seguida absorta en el estudio de sus labios y sus cejas. Sentía ya en la nuca una impresión desagradable; la sospecha de otra impertinencia la hizo darse vuelta con rapidez, enojada de veras. A dos centímetros de su cara estaban los ojos de un viejo de cuello duro, con un ramo de margaritas componiendo un olor casi nauseabundo. En el fondo del ómnibus, instalados en el largo asiento verde, todos los pasajeros miraron hacia Clara, parecían criticar alguna cosa en Clara que sostuvo sus miradas con un esfuerzo creciente, sintiendo que cada vez era más difícil, no por la coincidencia de los ojos en ella ni por los ramos que llevaban los pasajeros; más bien porque había esperado un desenlace amable, una razón de risa como tener un tizne en la nariz (pero no lo tenía); y sobre su comienzo de risa se posaban helándola esas miradas atentas y continuas, como si los ramos la estuvieran mirando.

Súbitamente inquieta, dejó resbalar un poco el cuerpo, fijó los ojos en el estropeado respaldo delantero, examinando la palanca de la puerta de emergencia y su inscripción Para abrir la puerta TIRE LA MANIJA hacia adentro y levántese, considerando las letras una a una sin alcanzar a reunirlas en palabras. Lograba así una zona de seguridad, una tregua donde pensar. Es natural que los pasajeros miren al que recién asciende, está bien que la gente lleve ramos si va a Chacarita, y está casi bien que todos en el ómnibus tengan ramos. Pasaban delante del hospital Alvear, y del lado de Clara se tendían los baldíos en cuyo extremo lejano se levanta la Estrella, zona de charcos sucios, caballos amarillos con pedazos de sogas colgándoles del pescuezo. A Clara le costaba apartarse de un paisaje que el brillo duro del sol no alcanzaba a alegrar, y apenas si una vez y otra se atrevía a dirigir una ojeada rápida al interior del coche. Rosas rojas y calas, más lejos gladiolos horribles, como machucados y sucios, color rosa vieja con manchas lívidas. El señor de la tercera ventanilla (la estaba mirando, ahora no, ahora de nuevo) llevaba claveles casi negros apretados en una sola masa casi continua, como una piel rugosa. Las dos muchachitas de nariz cruel que se sentaban adelante en uno de los asientos laterales, sostenían entre ambas el ramo de los pobres, crisantemos y dalias, pero ellas no eran pobres, iban vestidas con saquitos bien cortados, faldas tableadas, medias blancas tres cuartos, y miraban a Clara con altanería. Quiso hacerles bajar los ojos, mocosas insolentes, pero eran cuatro pupilas fijas y también el guarda, el señor de los claveles, el calor en la nuca por toda esa gente de atrás, el viejo del cuello duro tan cerca, los jóvenes del asiento posterior, la Paternal: boletos de Cuenca terminan.

Nadie bajaba. El hombre ascendió ágilmente, enfrentando al guarda que lo esperaba a medio coche mirándole las manos. El hombre tenía veinte centavos en la derecha y con la otra se alisaba el saco. Esperó, ajeno al escrutinio. "De quince", oyó Clara. Como ella: de quince. Pero el guarda no cortaba el boleto, seguía mirando al hombre que al final se dio cuenta y le hizo un gesto de impaciencia cordial: "Le dije de quince." Tomó el boleto y esperó el vuelto. Antes de recibirlo, ya se había deslizado livianamente en un asiento vacío al lado del señor de los claveles. El guarda le dio los cinco centavos, lo miró otro poco, desde arriba, como si le examinara la cabeza; él ni se daba cuenta, absorto en la contemplación de los negros claveles. El señor lo observaba, una o dos veces lo miró rápido y el se puso a devolverle la mirada; los dos movían la cabeza casi a la vez, pero sin provocación, nada más que mirándose. Clara seguía furiosa con las chicas de adelante, que la miraban un rato largo y después al nuevo pasajero; hubo un momento, cuando el 168 empezaba su carrera pegado al paredón de Chacarita, en que todos los pasajeros estaban mirando al hombre y también a Clara, sólo que ya no la miraban directamente porque les interesaba más el recién llegado, pero era como si la incluyeran en su mirada, unieran a los dos en la misma observación. Qué cosa estúpida esa gente, porque hasta las mocosas no eran tan chicas, cada uno con su ramo y ocupaciones por delante, y portándose con esa grosería. Le hubiera gustado prevenir al otro pasajero, una oscura fraternidad sin razones crecía en Clara. Decirle: "Usted y yo sacamos boleto de quince", como si eso los acercara. Tocarle el brazo, aconsejarle: "No se dé por aludido, son unos impertinentes, metidos ahí detrás de las flores como zonzos." Le hubiera gustado que él viniera a sentarse a su lado, pero el muchacho —en realidad era joven, aunque tenía marcas duras en la cara— se había dejado caer en el primer asiento libre que tuvo a su alcance. Con un gesto entre divertido y azorado se empeñaba en devolver la mirada del guarda, de las dos chicas, de la señora con los gladiolos; y ahora el señor de los claveles rojos tenía vuelta la cabeza hacia atrás y miraba a Clara, la miraba inexpresivamente, con una blandura opaca y flotante de piedra pómez. Clara le respondía obstinada, sintiéndose como hueca; le venían ganas de bajarse (pero esa calle, a esa altura, y total por nada, por no tener un ramo); notó que el muchacho parecía inquieto, miraba a un lado y al otro, después hacia atrás, y se quedaba sorprendido al ver a los cuatro pasajeros del asiento posterior y al anciano del cuello duro con las margaritas. Sus ojos pasaron por el rostro de Clara, deteniéndose un segundo en su boca, en su mentón; de adelante tiraban las miradas del guarda y las dos chiquilinas, de la señora de los gladiolos, hasta que el muchacho se dio vuelta para mirarlos como aflojando. Clara midió su acoso de minutos antes por el que ahora inquietaba al pasajero. "Y el pobre con las manos vacías", pensó absurdamente. Le encontraba algo de indefenso, solo con sus ojos para parar aquel fuego frío cayéndole de todas partes.

Sin detenerse el 168 entró en las dos curvas que dan acceso a la explanada frente al peristillo del cementerio. Las muchachitas vinieron por el pasillo y se instalaron en la puerta de salida; detrás se alinearon las margaritas, los gladiolos, las calas. Atrás había un grupo confuso y las flores olían para Clara, quietita en su ventanilla pero tan aliviada al ver cuántos se bajaban, lo bien que se viajaría en el otro tramo. Los claveles negros aparecieron en lo alto, el pasajero se había parado para dejar salir a los claveles negros, y quedó ladeado, metido a medias en un asiento vacío delante del de Clara. Era un lindo muchacho sencillo y franco, tal vez un dependiente de farmacia, o un tenedor de libros, o un constructor. El ómnibus se detuvo suavemente, y la puerta hizo un bufido al abrirse. El muchacho esperó a que bajara la gente para elegir a gusto un asiento, mientras Clara participaba de su paciente espera y urgía con el deseo a los gladiolos y a las rosas para que bajasen de una vez. Ya la puerta abierta y todos en fila, mirándola y mirando al pasajero, sin bajar, mirándolos entre los ramos que se agitaban como si hubiera viento, un viento de debajo de la tierra que moviera las raíces de las plantas y agitara en bloque los ramos. Salieron las calas, los claveles rojos, los hombres de atrás con sus ramos, las dos chicas, el viejo de las margaritas. Quedaron ellos dos solos y el 168 pareció de golpe más pequeño, más gris, más bonito. Clara encontró bien y casi necesario que el pasajero se sentara a su lado, aunque tenía todo el ómnibus para elegir. Él se sentó y los dos bajaron la cabeza y se miraron las manos. Estaban ahí, eran simplemente manos; nada más.

—¡Chacarita!— gritó el guarda.
Clara y el pasajero contestaron su urgida mirada con una simple fórmula: "Tenemos boletos de quince." La pensaron tan sólo, y era suficiente.
La puerta seguía abierta. El guarda se les acercó.
—Chacarita —dijo, casi explicativamente.
El pasajero ni lo miraba, pero Clara le tuvo lástima.

—Voy a Retiro —dijo, y le mostró el boleto. Marca marca boletero un boleto azul o rosa. El conductor estaba casi salido del asiento, mirándolos; el guarda se volvió indeciso, hizo una seña. Bufó la puerta trasera (nadie había subido adelante) y el 168 tomó velocidad con bandazos coléricos, liviano y suelto en una carrera que puso plomo en el estómago de Clara. Al lado del conductor, el guarda se tenía ahora del barrote cromado y los miraba profundamente. Ellos le devolvían la mirada, se estuvieron así hasta la curva de entrada a Dorrego. Después Clara sintió que el muchacho posaba despacio una mano en la suya, como aprovechando que no podían verlo desde adelante. Era una mano suave, muy tibia, y ella no retiró la suya pero la fue moviendo despacio hasta llevarla más al extremo del muslo, casi sobre la rodilla. Un viento de velocidad envolvía al ómnibus en plena marcha.

—Tanta gente —dijo él, casi sin vos—. Y de golpe se bajan todos.
—Llevaban flores a la Chacarita —dijo Clara—. Los sábados va mucha gente a los cementerios.
—Sí, pero...
—Un poco raro era, sí. ¿Usted se fijó...?
—Sí —dijo él, casi cerrándole el paso—. Y a usted le pasó igual, me di cuenta.
—Es raro. Pero ahora ya no sube nadie.
El coche frenó brutalmente, barrera del Central Argentino. Se dejaron ir hacia adelante, aliviados por el salto a una sorpresa, a un sacudón. El coche temblaba como un cuerpo enorme.
—Yo voy a Retiro —dijo Clara.
—Yo también.

El guarda no se había movido, ahora hablaba iracundo con el conductor. Vieron (sin querer reconocer que estaban atentos a la escena) cómo el conductor abandonaba su asiento y venía por el pasillo hacia ellos, con el guarda copiándole los pasos. Clara notó que los dos miraban al muchacho y que éste se ponía rigido, como reuniendo fuerzas; le temblaron las piernas, el hombro que se apoyaba en el suyo. Entonces aulló horriblemente una locomotora a toda carrera, un humo negro cubrió el sol. El fragor del rápido tapaba las palabras que debía estar diciendo el conductor; a dos asientos del de ellos se detuvo, agachándose como quien va a saltar. el guarda lo contuvo prendiéndole una mano en el hombro, le señaló imperioso las barreras que ya se alzaban mientras el último vagón pasaba con un estrépito de hierros. El conductor apretó los labios y se volvió corriendo a su puesto; con un salto de rabia el 168 encaró las vías, la pendiente opuesta.

El muchacho aflojó el cuerpo y se dejó resbalar suavemente.
—Nunca me pasó una cosa así —dijo, como hablándose.
Clara quería llorar. Y el llanto esperaba ahí, disponible pero inútil. Sin siquiera pensarlo tenía conciencia de que todo estaba bien, que viajaba en un 168 vacío aparte de otro pasajero, y que toda protesta contra ese orden podía resolverse tirando de la campanilla y descendiendo en la primera esquina. Pero todo estaba bien así; lo único que sobraba era la idea de bajarse, de apartar esa mano que de nuevo había apretado la suya.
—Tengo miedo —dijo, sencillamente—. Si por lo menos me hubiera puesto unas violetas en la blusa.
Él la miró, miró su blusa lisa.
—A mí a veces me gusta llevar un jazmín del país en la solapa —dijo—. Hoy salí apurado y ni me fijé.
—Qué lástima. Pero en realidad nosotros vamos a Retiro.
—Seguro, vamos a Retiro.
Era un diálogo, un diálogo. Cuidar de él, alimentarlo.
—¿No se podría levantar un poco la ventanilla? Me ahogo aquí adentro.
Él la miró sorprendido, porque más bien sentía frío. El guarda los observaba de reojo, hablando con el conductor; el 168 no había vuelto a detenerse después de la barrera y daban ya la vuelta a Cánning y Santa Fe.
—Este asiento tiene ventanilla fija —dijo él—. Usted ve que es el único asiento del coche que viene así, por la puerta de emergencia.
—Ah —dijo Clara.
—Nos podíamos pasar a otro.
—No, no. —Le apretó los dedos, deteniendo su moviento de levantarse.— Cuanto menos nos movamos mejor.
—Bueno, pero podríamos levantar la ventanilla de adelante.
—No, por favor no.
Él esperó, pensando que Clara iba a agregar algo, pero ella se hizo más pequeña en el asiento. Ahora lo miraba de lleno para escapar a la atracción de allá adelante, de esa cólera que les llegaba como un silencio o un calor. El pasajero puso la otra mano sobre la rodilla de Clara, y ella acercó la suya y ambos se comunicaron oscuramente por los dedos, por el tibio acariciarse de las palmas.
—A veces una es tan descuidada —dijo tímidamente Clara—. Cree que lleva todo, y siempre olvida algo.
—Es que no sabíamos.
—Bueno, pero lo mismo. Me miraban, sobre todo esas chicas, y me sentí tan mal.
—Eran insoportabes —protestó él—. ¿Usted vio cómo se habían puesto de acuerdo para clavarnos los ojos?
—Al fin y al cabo el ramo era de crisantemos y dalias —dijo Clara—. Pero presumían lo mismo.
—Porque los otros les daban alas —afirmó él con irritación—. El viejo de mi asiento con sus claveles apelmazados, con esa cara de pájaro. A los que no vi bien fue a los de atrás. ¿Usted cree que todos...?
—Todos —dijo Clara—. Los ví apenas había subido. Yo subí en Nogoyá y Avenida San Martín, y casi en seguida me di vuelta y vi que todos, todos...
—Menos mal que se bajaron.

Pueyrredón, frenada en seco. Un policía moreno se habría en cruz acusándose de algo en su alto quiosco. El conductor salió del asiento como deslizándose, el guarda quiso sujetarlo de la manga, pero se soltó con violencia y vino por el pasillo, mirándolos alternadamente, encogido y con los labios húmedos, parapadeando. "¡Ahí da paso!", gritó el guarda con una voz rara. Diez bocinas ladraban en la cola del ómnibus, y el conductor corrió afligido a su asiento. El guarda le habló al oído, dándose vuelta a cada momento para mirarlos.
—Si no estuviera usted... —murmuró Clara—. Yo creo que si no estuviera usted me habría animado a bajarme.
—Pero usted va a Retiro —dijo él, con alguna sorpresa.
—Sí, tengo que hacer una visita. No importa, me hubiera bajado igual.
—Yo saqué boleto de quince —dijo él — Hasta Retiro.
—Yo también. Lo malo es que si una se baja, después hasta que viene otro coche...
—Claro, y además a lo mejor está completo.
—A lo mejor. Se viaja tan mal, ahora. ¿Usted ha visto los subtes?
—Algo increíble. Cansa más el viaje que el empleo.

Un aire verde y claro flotaba en el coche, vieron el rosa viejo del Museo, la nueva Facultad de Derecho, y el 168 aceleró todavía más en Leandro N. Alem, como rabioso por llegar. Dos veces lo detuvo algún polícia de tráfico, y dos veces quiso el conductor tirarse contra ellos; a la segunda, el guarda se le puso por delante negándose con rabia, como si le doliera. Clara sentía subírsele las rodillas hasta el pecho, y las manos de su compañero la desertaron bruscamente y se cubrieron de huesos salientes, de venas rígidas. Clara no había visto jamás el paso viril de la mano al puño, contempló esos objetos macizos con una humilde confianza casi perdida bajo el terror. Y hablaban todo el tiempo de los viajes, de las colas que hay que hacer en Plaza de Mayo, de la grosería de la gente, de la paciencia. Después callaron, mirando el paredón ferroviario, y su compañero sacó la billetera, la estuvo revisando muy serio, temblándole un poco los dedos.

—Falta apenas —dijo clara, enderezándose—. Ya llegamos.
—Sí. Mire, cuando doble en Retiro, nos levantamos rápido para bajar.
—Bueno. Cuando esté al lado de la plaza.
—Eso es. La parada queda más acá de la torre de los Ingleses. Usted baja primero.
—Oh, es lo mismo.
—No, yo me quedaré atrás por cualquier cosa. Apenas doblemos yo me paro y le doy paso. Usted tiene que levantarse rápido y bajar un escalón de la puerta; entonces yo me pongo atrás.
—Bueno, gracias —dijo Clara mirándolo emocionada, y se concentraron en el plan, estudiando la ubicación de sus piernas, los espacios a cubrir. Vieron que el 168 tendría paso libre en la esquina de la plaza; temblándole los vidrios y a punto de embestir el cordón de la plaza, tomó el viraje a toda carrera. El pasajero saltó del asiento hacia adelante, y detrás de él pasó veloz Clara, tirándose escalón abajo mientras él se volvía y la ocultaba con su cuerpo. Clara miraba la puerta, las tiras de goma negra y los rectángulos de sucio vidrio; no quería ver otra cosa y temblaba horriblemente. Sintió en el pelo el jadeo de su compañero, los arrojó a un lado la frenada brutal, y en el mismo momento en que la puerta se abría el conductor corrió por el pasillo con las manos tendidas. Clara saltaba ya a la plaza, y cuando se volvió su compañero saltaba también y la puerta bufó al cerrarse. Las gomas negras apresaron una mano del conductor, sus dedos rígidos y blancos. Clara vio a través de las ventanillas que el guarda se había echado sobre el volante para alcanzar la palanca que cerraba la puerta.

Él la tomó del brazo y caminaron rápidamente por la plaza llena de chicos y vendedores de helados. No se dijeron nada, pero temblaban como de felicidad y sin mirarse. Clara se dejaba guiar, notando vagamente el césped, los canteros, oliendo un aire de río que crecía de frente. El florista estaba a un lado de la plaza, y él fue a parase ante el canasto montado en caballetes y eligió dos ramos de pensaminetos. Alcanzó uno a Clara, después le hizo tener los dos mientras sacaba la billetera y pagaba. Pero cuando siguieron andando (él no volvió a tomarla del brazo) cada uno llevaba su ramo, cada uno iba con el suyo y estaba contento.
Lucho  [Jan 18, 2013 at 05:50 PM]
Central Argentino?
busarg  [Jan 18, 2013 at 05:52 PM]
¡Esa, Lucho! Ya debería haber mencionado al Ferrocarril Mitre. Ese es el error histórico que le encontré.
Enriquebcn1  [Jan 18, 2013 at 06:01 PM]
Alguien sabe si se realizo un cortometraje de este cuento? . A mi me parece que no. Yo tengo un corto de este cuento pero hecho en Brasil y en un omnibus Brasilero ( oviamente ) muy feo.
MAPTBA  [Jan 18, 2013 at 06:18 PM]
¿Y por qué está mal lo de Central Argentino?
busarg  [Jan 18, 2013 at 06:22 PM]
Ahhh... podría estar bien, porque la 168 inició con Mack el 4 de abril de 1948, cuando los ferrocarriles aún no se habían nacionalizado.
geb  [Jan 18, 2013 at 06:32 PM]
El nombre del ferrocarril no tiene mucha importancia. Mas allá de cuando se nacionalizaron y renombraron, y de cuando entraron los Mack a la 168, la realidad es que la gente que ya era adulta en esos años siguió llamando a los ferrocarriles por su nombre tradicional hasta bien entrada la década del 60.
Y esa barrera del Central Argentino, con su pendiente, es la de la calle Bonpland casi llegando a Córdoba, correspondiente al Empalme Chacarita - Colegiales.
Lucho  [Jan 18, 2013 at 06:35 PM]
Los FF.CC. se nacionalizaron el 1 de Marzo de 1948, pero -creo- que el decreto cambiándole el nombre a Gen. B. Mitre es posterior.
busarg  [Jan 18, 2013 at 06:38 PM]
¿Los ferrocarriles no se nacionalizaron durante 1949?
MAPTBA  [Jan 18, 2013 at 06:44 PM]
Se tomó posesión de los FFCC ingleses el 1 de marzo de 1948, pero se rebautizaron el 1 de enero de 1949. Pero aunque la escena del relato fuera durante 1948, igual está mal.
busarg  [Jan 18, 2013 at 06:59 PM]
Si igual está mal, seguro que hay un detalle que no noté. ¿Cual era, MAP?
EDITO: si el ómnibus paró en la barrera del Central Argentino en Bonpland: ¿Estaba activo en 1948?
MAPTBA  [Jan 18, 2013 at 07:12 PM]
Cortázar habla del tren "rápido" con una locomotora "a toda carrera". Por ese ramal de enlace pasaban cargueros más lentos que un tren a Mar del Plata de ahora. Para mí se refiere a la barrera de Córdoba. Y sea en cual fuere, ambas líneas eran del BAP, luego GSM. El FCCA nada que ver, a menos que el chofer del 168 se haya distraído y haya ido por F.Lacroze a Colegiales...
geb  [Jan 18, 2013 at 07:24 PM]
Muy distraído, porque el recorrido siempre fue por Bonpland - Rivera / Córdoba - Canning. Pero si es un error, y en vez del Central Argentino debió ser el Pacífico, ¿de dónde salió la pendiente? Porque la barrera de Córdoba nunca tuvo mayor desnivel.
Otro detalle: el 168 del cuento baja por Pueyrredon y dobla por Leanro Alem hacia Retiro. Eso es correcto. En 1919 el Paseo de Julio, que iba desde Rivadavia hasta Pueyrredon, fue renombrado como L.N.Alem. Recién en 1950 se ensambla la Avenida del Libertador General San Martín con partes de las calles y avenidas Alem, Alvear, Virrey Vértiz y Tte.Gral.J.F.Uriburu (ex Blandengues, desde 1942).
edgardo  [Jan 18, 2013 at 08:41 PM]
A mi me parece que esta frente a la facu de ciencias economicas,delante del antiguo hospital de clinicas.Adoro los Mack.Quedo alguno? los tome en la 151,102,142,129,127,172,168,118 a River,163,164 ,165 y alguno mas que no recuerdo.Inolvidable el sonido cuando aceleraba con su caja automatica y sus frenos de aire con la inscripcion STOP en los faros rojos traseros.La campanita para avisar al chofer con la soguita ubicada por encima de las ventanas.Cuantos recuerdos.
MAPTBA  [Jan 18, 2013 at 09:45 PM]
El edificio de atrás se puede ver en las fotos del mapa de Buenos Aires, es el de la av Córdoba 1309.
Norberto  [Jan 18, 2013 at 10:09 PM]
Buen observador Cortazar, de los Mack de la entonces Corporación. Su familiaridad con el 168 se debe a que vivía en Artigas 3246, un rincón precioso de Buenos Aires. Lo evoca Álvaro Abos en Al Pie de la Letra.
busarg  [Jan 18, 2013 at 10:41 PM]
Edgardo, queda un Mack en condiciones de marcha, pero es ex ETR rosarina. De los porteños quedaba alguno en pie como casilla, pero hace años que no sé nada de ellos (eran dos, uno plateado de Servente Construcciones y otro amarillo y plateado que andaba por la zona de Bosques)
Enriquebcn1  [Jan 18, 2013 at 10:44 PM]
Con todo el respeto que merece un grande como Cortazar (....y la falta que hace hoy dia...) este Mack ya tenia desconectado el sistema que no podia avanzar con las puertas abiertas porque este arranco con las delanteras de par en par ( la peli esta filmada en verano ).