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El antecedente más remoto de la línea 23
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La actual línea 23 es una de las más longevas de las que circulan en la ciudad de Buenos Aires. Proviene de una antigua línea tranviaria del mismo número, establecida por la Cía. de Tramways Anglo Argentina a comienzos del siglo XX.
Esta imagen nos muestra a uno de los tranvías Que llegaron al "Anglo" tras la adquisición de la empresa Tramway Metropolitano. Fabricados por la firma alemana Waggon und Maschinenfabrik A. G., entraron en servicio en el año 1904.
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Gansos son los coches motores húngaros...
Año: 1911
Razón Social:
The Anglo-Argentine Tramways Company - AATC
Compañía de Tranvías Anglo Argentina - CTAA
Administración: Av. de Mayo 819
Estación Boedo: Boedo 760
Oficina de Tráfico: Av. Rivadavia 824
Línea Nro. 023 (Para la época de la toma fotográfica)
Plaza de Mayo - Boedo
Ida: 8,5 km.
De Plaza de Mayo por Victoria (Hipólito Yrigoyen) - Defensa - Moreno - Alberti - Garay - Chiclana - Boedo.
Vuelta: 5,5 km.
Boedo - Independencia - Bolívar - Alsina - Balcarce - al punto de partida Plaza de Mayo.
De la sublime pluma de la Sra. Silvia Nora Martínez, podemos extraer los orígenes históricos de una de las cabeceras de la línea Nro. 23, el barrio de “Boedo”.
«Según se puede comprobar en censos y estadísticas de la época, la mayor parte de los inmigrantes italianos eran calabreses y se radicaron en los barrios de Balvanera, San Telmo, San Cristóbal y Boedo, aun cuando oficialmente éste último no existía como tal, siendo hasta 1880 la calle que dividía a Buenos Aires del pueblo de San José de Flores.
¿Cómo era entonces aquel paraje conocido a fines del siglo XIX como El camino de los huesos, ya que esa era la ruta utilizada por las carretas para llevar reses a los viejos mataderos del Sur y en qué forma fueron los inmigrantes integrándose a la casi inexistente sociedad de aquellos parajes?
El historiador Diego del Pino nos cuenta que a fines del siglo XIX y en los albores de 1900, Boedo era zona de grandes quintas o chacras en las que había sencillas construcciones, seguramente poco más que ranchos y, tal vez, alguna de material con el lujo de un mirador desde el cual se veían los mástiles de los coloridos veleros del Riachuelo. Era también lugar de bañados, casi lagunas, que con la llegada de italianos y españoles fueron aprovechados para la instalación de hornos de ladrillos, logrando así que con el calor de las ascuas lentas de los hornos se secara el terreno, dando lugar a nuevas construcciones y apertura de calles. Estos hornos eran en su mayoría propiedad de italianos y españoles, como los de los vascos Loitegui y Estevarena, el primero en Independencia y Castro y el otro sobre Quintino Bocayuva. Otro horno importante, era “La Paloma” del vasco Lázaro Camio, cuyo apellido se utilizó muchos años para designar el actual pasaje San Ignacio. No dejemos de mencionar el horno de Bianchi, en Cochabamba y Castro, y el de Vignale en Castro y Pavón. También había pequeños hornitos caseros, comunitarios, utilizados por las mujeres para fabricar pan, y en los pozos que se formaban al sacar la tierra, croaban las ranas por las noches y se zambullían los patos que llegaban desde las arboledas del bañado de Flores que azuleaba a lo lejos.
Comenzó el siglo XX y todo aquello fue un suburbio porteño que iba evolucionando paulatinamente. Los grandes quintones de quince o veinte manzanas comenzaron a parcelarse en lotes menores y aparecieron así las pequeñas casitas humildes y junto con ellas, árboles norias y molinos. Los italianos se volcaron fundamentalmente al cultivo de pequeñas quintas que les aseguraban no solo el producto de la venta de frutas y verduras en las ferias de la ciudad, sino también el sustento para sus familias.
El barrio fue progresando y cuando los pintorescos tranvías a caballo, que eran conducidos mayormente por calabreses y genoveses, fueron reemplazados por los eléctricos, nuestros barrios sureños estuvieron entre los primeros en obtener el beneficio del progreso. La compañía La Capital había obtenido el permiso para construir y explotar una línea de tranvías llamada A los Corrales cuyo recorrido era desde San Juan y Boedo, por ésta hasta Garay, Gral. Urquiza, 24 de Noviembre y nuevamente Garay hasta los mataderos del Sur, o sea que Boedo y Patricios compartían su recorrido y podían ufanarse de ser los pioneros en Buenos Aires respecto al moderno transporte.
La empresa también debía colocar en el trazado de las vías, 40 lámparas de arco, de 1000 bujías cada una y estas debían estar encendidas hasta las doce de la noche, lo que significaba un gran adelanto para la zona. El barrio de Belgrano argumenta que fue en sus calles donde primero se vio el eléctrico, pero solo corrió por allí seis días, en prueba experimental, lo que quita validez a la discusión.
Alguien reseñaba así el paso del primer eléctrico:
“Boedo, diciembre de 1897. Los vecinos del barrio salimos de nuestras casas a contemplar el fenómeno: va a pasar el Imperial de La Capital. Ha partido cargado de funcionarios en su viaje inaugural. Es la primera línea de tranvías eléctricos del país y no todos celebraremos su aparición. Su fantástica velocidad de treinta kilómetros por hora y la corriente eléctrica son fantasmas de la modernidad que no se digieren fácilmente. Tanto, que este demorado debut debe su tardanza al rechazo de algunos vecinos que no permiten amurar a sus paredes los rosetones de anclaje de los cables para alimentar el trolley, temerosos del riesgo de electrocución.”
Pocos años más tarde, el tranvía eléctrico se había derramado sobre la ciudad causando asombro en otros barrios con sus Imperiales, pero nadie nos podía ya quitar la primicia. El vínculo con los inmigrantes es, en este caso, que en los fondos de la estación de tranvías que estaba en Boedo al 700, hoy sede de la Escuela Técnica “Reconquista de Buenos Aires”, vivía un conductor de tranvías de origen italiano, llamado Juan Noli, que se dice, fue el inventor del “freno de arena”. Este consistía en un depósito de arena situado debajo de un asiento, que el conductor utilizaba para echar sobre los rieles en los días de lluvia y así poder frenar más fácilmente el tranvía. No sé si esto será leyenda o verdad, pero así lo consigna la historia boedense».
Reciban Uds., todo mi respeto.