Guzmán, un
Héroe Casi Anónimo
Guzmán, el chofer
del interno 6 de La Puntual que recorría habitualmente los casi 300 km
entre Bahía Blanca y Viedma, dijo que sí. Lo dijo sabiendo que
se metía en un problema, pero con ganas de probarlos. Estela Obarrio,
una joven actriz de veintiséis años, de ojos claros, hablar pausado
y facciones delicadas, le había hecho una propuesta de trabajo nada habitual.
Se trataba de transportar un elenco de teatro durante el tramo patagónico
de la gira que habían emprendido en enero. Debían salir el 28
de marzo y llegar a Esquel para el 7 de mayo. Hasta entonces debían ir
haciendo funciones en algunas ciudades, pueblos y parajes. El teatro iba con
ellos, por lo tanto debía sacarle al bondi las últimas tres filas
de asientos para colocar allí los canastos con los elementos del teatro:
sogas, trajes, tachos de luces, cables, parte de la escenografía, telones,
elementos de trabajo de los actores.
Guzmán, un "Cata" tranquilo como casi todos ellos, sacó
algunas cuentas y pensó algunos inconvenientes. Estos no eran pocos y
las otras eran muchas. Se trataba de una ida y vuelta en donde su regreso sería
en solitario y la ida en medio de una banda de jóvenes actores. El regreso
podía ser aburrido, pero la ida podía ser un infierno. Además,
tanto, más tanto, más tanto, daban como 3000 km . Diez idas y
vueltas normales. ¿Y en la cordillera? ¿Cómo estarían
esos caminos?
Pidió garantías y las obtuvo: le pagaban lo suficiente como para
que a la vuelta le quedara algo. Comida y alojamiento. Guzmán le agregó
a sus cálculos que hacía tiempo que quería conocer la cordillera
en la zona de Bariloche. ¡Tanto le habían hablado de esos bosques!.
Y entonces dijo que sí, aunque durante el viaje tal vez haya pensado,
algunas veces, que debería haber dicho que no.
Salieron en 28 de marzo después que el elenco del Teatro Escuela Fray
Mocho hiciera su función en el Teatro Municipal 17 de Octubre, el teatro
mas grande de Bahía Blanca construido a la manera de los grandes teatros.
El 29 hicieron su primer parada en Médanos y el 31 tuvieron función
en Algarrobo. Guzmán estaba asombrado de la organización que tenían
los muchachos. Llegaban y sabían a donde tenían que ir, descargaban
rápidamente, armaban el escenario, pum arriba y pum abajo
otra vez
al camino. Eso sí, hacían un teatro un poco raro. No usaban disfraces
como él hubiera imaginado sino unas mallas negras enteras, como de bailarinas,
o como trajes de baño antiguos. Los hombres también. Era raro
pero
daban ganas de verlos. Se sentía bien y a veces eran muy cómicos.
El polvo del camino no era muy distinto al polvo que él estaba acostumbrado,
los serruchos y el canto rodado eran los normales. El bondi aguantaba
aunque a más de cuarenta no podía ponerlo en esas condiciones.
En la primera semana de abril hicieron Choele Choel, Villa Regina, Fuerte General
Roca, Allen y Cipoletti. También la ciudad de Neuquén, pero después
tuvieron que volver hacia Rio Negro porque la función de Allen era mas
tarde.
Los jóvenes del elenco eran festejadores y se trataban muy bien entre
ellos. Uno, llamado Oscar Ferrigno, era el Director y todos los demás
le tenían mucho respeto. Lo que él decía
eran órdenes.
Pero no se imponía. Era como una cofradía. Porque en realidad
eran una cooperativa y actuaban como los mosqueteros: ¡Todos para uno
y uno para todos!. Cuando cruzaron el Río Colorado eran como las cuatro
de la mañana. Y pararon un rato porque hacía un buen tiempo que
venían andando. Y ahí nomás armaron una guitarreada con
zambas y chacareras. Lo único que le dio un poco de lástima es
que brindaron con té y con mate, porque vino no se llevaba. Según
lo que decían, era la primera vez que un "teatro independiente"
de Buenos Aires andaba por esos pagos.
Otra vez en Neuquén, en la segunda semana de abril hicieron Centenario,
Plaza Huincul y Zapala, a donde llegaron el 10 de Abril. Y Guzmán cada
vez se sentía mas a gusto entre ese grupo de jóvenes que no hacían
mas que hablar del teatro, discutir de teatro, soñar con teatro y actuar.
Eran aguantadores como ellos solos. Y no había problemas entre las chicas
y los muchachos. Se trataban con mucho respeto y cariño. Se cuidaban
unos con otros. Y tenían montones de conocidos en cada pueblo. Paraban
en los Clubes sociales y deportivos y allí armaban su escenario y ya
estaban arriba de las tablas. La gente se reía mucho en algunas obras.
Y a veces iba mucho público. ¡Era raro de ver, un teatro raro,
en Plaza Huincul! Si eso era como Pedro Luro
una calle al medio y algunas
cuadras y después polvo y nada mas. Allí en Plaza Huincul alguien
dijo ¡A sacarse una foto!. Y entonces se pusieron delante del colectivo,
su colectivo interno seis que tanto le venía aguantando el viaje y click
quedaron
todos para la posteridad. ¿Qué cosa eso de las fotos, no?. Uno
queda allí para siempre, igualito y sin envejecer.
La foto en cuestión.
La unidad es una de las clásicas diseñadas bien redondeadas, para
enfrentar los fuertes vientos patagónicos. Su carrocera fabricante, Verdozzi
y Zeppilli, se especializó en este tipo de vehículos. (Foto: Colección
Marcos Britos).
Después de la función de Zapala comenzaba lo más complicado.
Había que agarrar para el sur y llegar hasta Bariloche. Eran unos 400
km
pero después de Junín de los Andes la cosa se ponía
difícil y antes de Junín le habían dicho que había
una bajada complicada, la Rinconada. Le habían dicho que tenía
que tener cuidado. Pero además ya estaban avanzando abril. Las temperaturas
comenzaban a ser bajas. Y en los primeros días de mayo comenzaban las
nevadas. Iba a seguir como había quedado, hasta Esquel. Pero la última
fecha no podía ser más allá de la primera semana de mayo.
Mas tarde sería muy complicado andar por la montaña.
El 14 de abril hicieron la función en la Asociación de bomberos
Voluntarios de San Martín de los Andes y al día siguiente tenían
que salir para estar en Bariloche el 16. Las trepadas eran empinadas y no pasaban
dos vehículos uno al lado del otro. Tendría que pensar en calcular
los descansos para dejar pasar al que viniera de frente. Le habían avisado
que la salida de San Martín de los Andes era verdaderamente difícil,
y así seguía al menos hasta La Angostura. Allí había
que bajar hasta el puente del Correntoso y después volver a subir y las
curvas y las vueltas
.
¡Todos arriba, Bariloche nos espera! Y allá fueron. El colectivo
bufaba más de lo esperado en esa trepada desde la que se veía
el pueblo, apenas unos pocos techos a la orilla del Lacar. Estaban todos, y
Guzmán también, absolutamente maravillados del paisaje. ¡Valía
la pena este viaje!. Pero en esa cavilaciones iban todos cuando Guzmán
comenzó a notar que el motor no le respondía en la trepada. Venía
en primera, pero se le venía achanchando. Entonces lo miró a Ferrigno
y le dijo que se bajara con algunos otros para ver si alivianaban un poco el
peso. Se quedaba y se quedaba. Bajó Ferrigno y bajaron otros cuatro mas
pero
el colectivo se quedó y Guzmán tuvo que clavar los frenos.
El chicotazo se escuchó clarito pero el único que comprendió
qué cosa acababa de pasar en ese instante fue Guzmán. Como un
rayo se abrió en su cerebro la frase que en la montaña es sinónimo
de tragedia:¡me quedé sin frenos!
Los demás se dieron
cuenta cuando el interno seis de La Puntual comenzó a moverse hacia atrás.
Guzmán les gritó a los de abajo: ¡Piedras
piedras en
las ruedas!. Y los de adentro ya se comenzaban a parar y a mirar alarmados como
el colectivo agarraba envión
pero al revés.
Las ruedas pasaban sobre las piedras sin detenerse y el bondi ya se iba
hacia a última curva que habían pasado, justo cuando la trepada
comenzaba a ser mas empinada. Los hombres que habían bajado no estaban
actuando sus caras de espanto porque el colectivo se les iba hacia el barranco
con sus parejas, amigos y compañeros. Los de arriba no alcanzaban a largarse
porque la velocidad ya daba temor. Pero Estela Obarrio al final se tiró
con sus manos hacia adelante enfundada en sus guantes de cuero y se la tragó
una nube de polvo del lado del chofer. Por la puerta de la derecha había
tres haciendo fila para tirarse
pero el primero estaba por ser empujado
justo cuando un tronco pasó rompiendo el costado de ese lado y se llevó
colgado el espejo. Las ramas golpearon a Néstor en las piernas y en el
hombro derecho.
Guzmán no se movió del asiento. Podía haberse tirado detrás
de Estela. Pero no se movió del asiento. Tenía la vista clavada
en el espejo izquierdo y el volante fijo entre las manos. Segundos después
de que el espejo derecho volara por el aire un tremendo golpe indicaba que había
logrado acertar la culata del colectivo contra uno de los tantos troncos de
los enormes pinos que emergían del precipicio allí donde la curva
se cerraba en dirección a San Martín de los Andes.
Estela Obarrio miraba desde el piso mientras constataba que sus manos estaban
intactas aunque sus guantes estaban destruidos. Los hombres que veían
irse al colectivo se acercaron temblorosos con las manos en la cabeza. Los que
no se habían tirado desde la derecha tuvieron que bajar por la izquierda
porque del otro lado sólo había nada y mas abajo un maravilloso
lago. Helka, la rubiecita, se dio cuenta cuando quiso salir que el asiento de
adelante estaba pegado al suyo y que sus piernas estaban intactas porque las
había recogido para abrazarlas por el terror. La francesa Chantal Thomé
terminó su Padre Nuestro, en francés, que había empezado
cuando Guzmán gritó ¡Piedras!.
Guzmán, el "Cata" tranquilo, se bajó último.
Esa noche llegaron a La Angostura guiados por el mecánico del único
taller que entonces había en la zona, que condujo el colectivo sin frenos,
ayudado por cuñas que le iban poniendo los actores que acompañaban
trepados a los paragolpes si sentía que agarraba demasiada velocidad
en las bajadas. Pero más de una vez tuvo que tirarlo contra el paredón
de la montaña para detenerlo. Llegaron de noche al puesto de Gendarmería,
taller y gomería de lo que algún día iba a ser una de las
villas mas famosas de la montaña. Esa noche sí hubo vino, guitarras
y chacareras. Fogón al medio y "mona" afuera.
El resto del viaje tuvo un solo inconveniente más en el Cañadón
de la Mosca. Ya más canchero, Guzmán hacía sufrir la caja.
Pero aún así, en las curvas de la trepada en escalera que entonces
tenía la ruta vieja, el colectivo tuvo que maniobrar más de una
vez en marcha atrás y marcha adelante para dar la vuelta. Pero claro,
ahora, menos el "Cata", todos abajo.
Entre el 7 y el 10 de Mayo hicieron cuatro funciones en Esquel. El regreso por
la Pampa del Toro fue con las primeras nieves y las luces del atardecer dorando
el horizonte. Posiblemente hayan dormido en El Bolsón para encarar la
trepada en la mañana, el paso en la noche del Cañadón de
la Mosca casi no era ni para los baqueanos de la zona.
Lo cierto es que el "Cata" Guzmán se despidió del elenco
de Fray Mocho en Bariloche y retomó la ruta hacia Bahía Blanca.
Esta vez solo, pero cargado de recuerdos. Suponemos que el regreso fue mas tranquilo
y que al llegar algo habrá contado a sus colegas y amigos. Tal vez a
su familia. Pero probablemente no haya dicho demasiado. Por eso, sepan entonces
sus descendientes, si alguno llegara a leer estas líneas, que el recuerdo
que Guzmán dejó en los jóvenes actores no sólo quedó
grabado por siempre en sus memorias sino que lo transmitieron cada uno de ellos
a las nuevas generaciones, con la misma gratitud y admiración de aquel
15 de abril de 1954 en la cordillera, cuando su valor y serenidad evitó
una tragedia que parecía inevitable.
Marcos Britos
proyectofraymocho@yahoo.com.ar
|