Don Roberto, el memorioso.

“Me llamo Roberto Batlle, tengo 87 años y durante 17 fui chofer de la línea 1, actual 521, comunal del partido de Lanús. Empecé a trabajar a los 16 años en el garaje de la empresa. Era la época de los Plymouth, Fargo y Desoto que ya estaban en retirada para dar paso a los Bedford que en principio eran nafteros pero que, a causa del alto precio de la nafta con respecto al gasoil, los motores fueron reemplazados por gasoleros de 4 y 6 cilindros”.

Al año de haber ingresado a la empresa me querían mandar como chofer, pero el problema era que todavía no había cumplido los 18 años y no podía sacar el registro. Aclaro que en aquellos años se podía obtener la licencia profesional a esa edad y no a los 21 como en la actualidad.

Don Raúl, uno de los patrones, de carácter jocoso, me preguntaba una y otra vez: “¿Y, cuándo cumplís años?” Yo siempre respondía: El 1ro. de enero. “Mirá, me dijo una vez, salí igual a manejar que yo te voy a recomendar para que te atiendan más rápido en la Dirección de Tránsito para conseguir el registro.”

Lanús era un pueblo, el recorrido de la línea no tenía más de 25 cuadras y todos nos conocíamos. Varias veces llevé “en el pozo” a inspectores que trabajaban en Tránsito. El día que fui a la Dirección me recibieron muy calurosamente. “Pase, que en esa oficina lo van a atender” me dijeron. Entré al despacho y uno de los inspectores llamó a un empleado y le ordenó: “Llamá a la comisaría para que arresten a este que hace casi un año maneja sin registro”. Me quedé paralizado del susto y al rato agregó: “Quedate tranquilo que es una broma de Don Raúl”. Y así me dieron el registro. No me tomaron examen: “Qué te vamos a tomar si viajamos juntos todos los días: ya rendiste examen” me explicaron.

Yo manejaba el interno 5 y eventualmente el 2, ambos Fargo carrozados por Agosti, que tenían estructura y piso de madera con cuatro varillas de hierro y tres en la zona de asientos. Una vez al jocoso Don Raúl se le ocurrió soldar a una de las la varillas del pasillo una moneda de 20 centavos para jugarle una broma a los pasajeros. El resultado fue que, cuando subían, todos trataban de levantar la moneda y no se corrían al interior para intentarlo nuevamente y atascaban a todo el pasaje en el pasillo. Al final la tuvo que despegar porque era imposible viajar así.

  

Estas dos fotos nos muestran a las unidades que Don Roberto manejó: los internos 2 y 5 de la entonces línea 1. En la primera posa junto al vehículo impecablemente uniformado. (Fotos: Roberto Batlle – Gestión Daniel Cocchetti)

La empresa no tardó en incorporar un Mercedes Benz usado del “Expreso Cañuelas” de 32 asientos. Lo llamábamos “el ómnibus” a causa de su tamaño en relación a las marcas existentes de 16 asientos. Mientras realizaban en el taller tareas de mecánica y pintura a la unidad nos preguntábamos quién iba a ser designado para manejar semejante “monstruo”. Una vez terminado el alistamiento, al día siguiente me presento, como todos los días a entregar la recaudación y me comunicaron que me designaban al Mercedes Benz, el coche 1.

Le agarré tan bien la mano que ponía segunda, tercera y cuarta sin presionar el embrague. Un pasajero, que estaba sentado en los primeros asientos y me veía manejar así, me dijo: “¿Tiene caja automática?” “No, le respondí; el automático soy yo.” También llegué a dar una vuelta en “u” en la bocacalle de una maniobra: Me abría bien a la derecha en cada esquina y esto me permitía volver al recorrido en tiempo record.

Otra novedad de este Mercedes Benz era que tenía freno de aire y cuando llovía y el asfalto estaba mojado al frenar se me iba de costado. Los choferes de la línea 101 (la actual 100) que venían en sentido contrario y me veían así me hacían señas con la mano imitando el movimiento del coche. Para evitar esto había que soltar el freno y, por lo tanto, te pasabas unos metros de la parada y los pasajeros al subir me decían: “Eh, ¿dónde para?”. Yo les contestaba: “Agradecé que paré acá sino se te venía el coche encima”.

En Lanús estaba también la Linea 75 (actual 295) que iba hasta el Cementerio de Avellaneda, un recorrido que era el doble del nuestro. Cuando finalizaba el día, a eso de las 2 y media de la madrugada nos encontrábamos en una YPF que estaba a unas cuadras de la estación para cargar combustible. Era la época de los motores nafteros y no me podían creer que yo cargaba 90 litros: “Si nosotros tenemos el trayecto más largo y cargamos 70” me decían. “Tenés razón –respondí- pero vos vas hasta el Cementerio y yo hago una vuelta, volvés a Lanús y yo hago otra y antes de que salgas de nuevo hago otra”. A esto había que sumarle que parábamos en todas las esquinas y el desgaste era mayor. Era muy común quedarse sin freno. Lo que hacía para remediarlo era doblar en alguna calle para darle tiempo a que el coche lo haga solo. Los pasajeros que me conocían me preguntaban: “Don Roberto, ¿cambiaron el recorrido?”. “No -les decía- estoy tratando de parar.” Cuando lo lograba tenía que pisar varias veces el pedal de freno para reactivarlo. 

Los problemas de frenado también los teníamos con el Fargo carrozado por Agosti. Piensen que los frenos eran hidráulicos, se saltaba una gomita y te quedabas sin ellos y había que lograr la proeza usando el “freno municipal”. ¿Saben cuál es?: el cordón de la vereda. Con los hombres no había problema porque se “tiraban” y con solo poner segunda se seguía, pero con las mujeres había que parar.

Otra etapa en la vida de los Fargo con Agosti que trabajó Don Roberto está plasmada en esta foto. Si observamos el número de línea pintado en la luz insignia ubicada en el techo, veremos que el 1 de las fotos anteriores fue sustituido por el 24, que fue el siguiente guarismo que identificó a esta línea, antes de adoptar el 521 que mantiene hasta la actualidad (Foto: Roberto Batlle – Gestión Daniel Cocchetti)

Varias veces me quedaba a mitad del viaje y la empresa me mandaba un coche “muletto” (había dos) porque teníamos orden de no tocar nada cuando se averiaban. Ellos se lo llevaban al taller y yo seguía con el de repuesto. El tema es que me lo devolvían y al rato volvía el problema. Esto se repetía y no podían dar con la solución hasta que una vez le sacaron el capot y un mecánico se sentó sobre el guardabarros y viajó así por la calle Caaguazú. ¿Qué pasaba? Debido a gran cantidad de pozos que había, la manguera que va del motor al radiador se aflojaba y le tiraba agua al distribuidor y el coche se quedaba. Cuando lo llevaban al garaje ya llegaba seco y arrancaba normalmente. Miren lo que tuvieron que hacer para dar con la solución…

Era una línea con muchísimo movimiento de pasajeros. Los horarios se coordinaban con los del tren para que siempre haya un coche en la estación. La gente llegaba y al ver al colectivo vacío subía al nuestro. Los días de semana vendíamos unos 900 boletos por chofer y los feriados 300. La tarifa era sólo la correspondiente a una sección. Muchas veces nos quedábamos sin boletos porque desde la administración no preveían tal cantidad de pasajeros. Y los domingos llamábamos a los dueños para que vengan a reforzar el servicio por el tema de los cines. Los choferes de otras líneas nos preguntaban: “¿Porqué no alargan el recorrido?” “Ni locos” -les respondíamos- “con el movimiento que tenemos acá nos basta y sobra”.

La otra cabecera de la línea era la F.I.A.L.P. (Fábrica Italo Argentina de Lana Peinada) que estaba en la esquina de Rodríguez y Deheza. Trabajaban muchas mujeres allí y nosotros estacionábamos frente al portón de entrada del personal. A la hora de salida, cuando veíamos a los primeros empleados marcar tarjeta, sacábamos un coche vacío para que puedan subir los pasajeros que lo hacían en otros puntos del recorrido. Inmediatamente después salían otros cuatro coches atestados de obreros de la fábrica.

Dada la gran cantidad de pasajeros no teníamos tiempo ni de orinar. Confieso que algunos choferes llevaban debajo del asiento un balde para dichos menesteres. Una vez llegué a la estación Lanús, estacioné unos metros antes de la parada, bajé del coche y fui al baño de la estación. Cuando volví, los pasajeros que esperaban unos metros adelante, abrieron la puerta plegadiza, que por aquellos años no tenían el sistema de aire comprimido, y subieron. Cuando regreso veo el coche repleto de gente. “¿Y ahora cómo hago para cobrarles el boleto? –pensé. Se me ocurrió una idea. Subí y dije en voz alta “Este coche no sale”.

Ni bien bajaron todos y fueron a hacer fila a la parada, pongo en marcha el motor y estaciono frente a ella. “Arriba” –dije. Una señora me increpó: “¿Pero no era que no sale?”. “No salgo de allá – expliqué- salgo de acá”.

Para poder dar a los choferes un descanso mandaban a uno a la parada de la Estación Lanús con su monedero y boletera. Cuando llegaba un coche, este reemplazaba al conductor por una vuelta y le daba tiempo para ir al baño y eventualmente al bar. “La vuelta del café”, le decíamos. Haciendo esto se evitaba tener parada a una unidad por media hora con su consabida pérdida.

Todos los 2 de noviembre, Día de los Muertos, siempre hubo un gran movimiento de gente que iba al Cementerio de Avellaneda. Como yo, luego de mi horario en la 521, hacía “changas” en la 295 en el interno 2, otro coche del mismo dueño, me asignaron junto al Mercedes Benz de la 521, a este recorrido durante esa jornada. Una vez cuando llegé al Cementerio y se bajaron todos los pasajeros, se acercó un inspector y me pidió el registro. “Acá está” –le respondí mostrándoselo. “No –me dijo- este no es válido; tiene que ser el de Vialidad”. Como el recorrido era interjuridiccional no era válido y el señor amenazó con hacer una denuncia. Me asusté y fui con el coche hasta la casa de mi patrón a contarle lo sucedido. “Quedate tranquilo – me explicó. Mañana hago una nota diciendo que por la gran demanda de pasajeros en ese día me ví obligado a hacer uso de una unidad ajena a la línea, etc, etc, etc. No va a haber problema porque también soy el dueño del coche”.

Ya dije que nuestro recorrido era chico en una ciudad que era chica. Muchas veces coincidía el horario con el de algunos pasajeros en ida y vuelta. Por varios días sucedió con dos señores que llegaban puntualmente a la estación, viajaban tanto de ida como de vuelta conmigo, y regresaban en el tren de las 12. Al día siguiente de mi día franco suben al colectivo y dicen: “¿Qué paso que ayer no vino? “Tuve mi día franco”-respondí. “Avísenos cuando esto suceda porque ayer manejó otro y perdimos el tren”-se quejaron.

Una señora una vez me dijo que la dejaba más cerca de su casa la Línea 27 (actual 527) pero que tomaba la nuestra porque venía seguido, los coches estaban limpios y los choferes uniformados con corbata y guardapolvo.

Muchos colegas querían venir a trabajar a la “Tres Sargentos” porque, por aquellos años, las líneas pagaban $4 por día y nosotros $5.

Después de unos años me ofrecieron ser dueño de un coche, pero no me animé a arriesgar dinero y preferí comenzar a trabajar en la Municipalidad de Lanús de la cual soy jubilado. Durante un par de años continué manejando en la línea, pero con las dos ocupaciones era demasiado. También cuando dieron de baja al coche 5, el Fargo carrozado por Agosti, lo compré, lo pinté de blanco y hacía viajes los fines de semana a La Plata y Luján.

Yo corría mucho, nunca tuve un accidente salvo algunos raspones, pero nunca dejé a nadie de a pie ni hice perder el tren a ningún pasajero, cosa de la cual me siento muy orgulloso.


Roberto Batlle
Entrevista y redacción: Daniel Cocchetti 

Gestión: Beatríz Grecco. 

Diciembre de 2016.

 

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