El 216 de O.N.D.A.: Un coche de leyenda
Introducción
En verdad no sé desde cuando me gustan los ómnibus. Son esas cosas que, tal vez por alguna razón cuando niño, te llaman tanto la atención en algún momento que te marcan para el resto de tu vida.
Sea cual fuese la razón, mi afición por los medios de transporte fue algo que nació en mi infancia y creció hasta transformarse en pasión. Siempre tuve fascinación por las máquinas viejas como le dicen algunos (por mi parte prefiero llamarlas máquinas históricas: me suena mas importante y adecuado a lo que ellas son).
No sé a ciencia cierta cuando comenzó mi pasión por O.N.D.A. Tal vez fue aquella noche de verano cuando fui a despedir a mi tía que se iba a Chile. A pesar de mis cortos cuatro años, recuerdo aquel inmenso cartel que decía O.N.D.A. que iluminaba la noche y me enceguecía, mientras dejaba vislumbrar a los cuerpos dorados de algunos “camellos”, aquellos formidables súper ómnibus tan famosos que supieron ejercer su supremacía en las rutas de Uruguay.
Tengo el recuerdo, también, de cuando la empresa dejó de circular. Fue como un quiebre para el país, un luto nacional acompañado por esa horrenda imagen de la caravana final que recorrió todo Montevideo, compuesta por coches de O.N.D.A. que en 1991 aun se encontraban en condiciones de marchar, con la cual se intentó hacer un llamado de atención para impedir que el galgo muriera, pero la suerte estaba echada y como si nada tuviera solución O.N.D.A. se despidió, con esa triste marcha final, de todo un país que creció gracias a ella.
Muchos ómnibus ex O.N.D.A. fueron vendidos y, gracias a eso, lograron sobrevivir a la empresa trabajando en otros lados, algunos como ómnibus llevando pasajeros, y otros como casas rodantes, pero el hecho es que, como animales sin hogar, todos se desperdigaron por el país para vivir desde ese momento, una existencia errante. El alto consumo de sus fabulosos motores, la falta de repuestos y muchos otros motivos los mató uno por uno, dejando cada vez menos recuerdos vivos de aquella tan querida empresa que lucía un perro galgo en el costado de sus coches.
Pero quedó un sobreviviente que nos cuenta una historia aparte porque, lamentablemente, fue partícipe de una serie de accidentes que impregnaron de negro su imagen. Este coche era un Centella de Plata, mi modelo favorito, y su numero el 222 (antes 216) de O.N.D.A.
El 222 de O.N.D.A. posa próximo a una playa. Pese al cambio de colores y a tener algunas ventanillas tapadas, aún conserva buena parte de la gracia de su diseño original. (Foto: Leonardo San Martín)
Vista trasera del 222 en la cual se aprecia la culata, bastante bien conservada. Obsérvese que mantenía el número interno y, curiosamente, aparece una leyenda de la mítica empresa estadounidense Greyhound. (Foto: Mario Pienovi)
Su nacimiento
Era el año 1947, cuando llegó a Uruguay un extraño y moderno coche carretero, totalmente plateado ya que su carrocería estaba revestida con placas de aluminio a excepción de los laterales, que eran metálicos. Se trataba de un GMC Modelo PD 3702. con capacidad para 37 personas sentadas en cómodos asientos reclinables, una bodega debajo de el salón y un motor Detroit Diesel 4/71, de dos tiempos y cuatro cilindros lineales, ubicado a la cola del vehiculo. Si bien ese primer coche fue importado a Uruguay por la empresa Faro, la empresa O.N.D.A. (Organización Nacional de Autobuses), quedó fascinada con este coche y utilizó su fuerza para convencer a la importadora de General Motors para Uruguay, de que si le vendía el coche a ellos y no a Faro, O.N.D.A. compraría una importante partida de este tipo de vehículos, y así se hizo.
El rendimiento de la unidad fue excelente y rápidamente fue acompañada por la compra de más y más ómnibus General Motors. Este hecho marcó el comienzo de las importaciones masivas para ONDA, que formó una imagen muy sólida y estos ómnibus tan fabulosos se convirtieron en su marca registrada.
Los modelos de ómnibus GMC que se adquirían se actualizaban a medida que se presentaban nuevos modelos en los Estados Unidos. O.N.D.A. era la única empresa capaz de hacer frente a este estilo, poniéndose a la par de la mismísima empresa “Greyhound” que operaba servicios de autobuses en varios estados norteamericanos.
En 1950, la GMC lanzó el modelo PD 4102, que tenía un aspecto sumamente similar al modelo PD 3704 que nunca llegó a Uruguay. En este caso, el PD 4102 contaba con 41 asientos y una formidable planta motriz Detroit Diesel modelo DD 6-71 tipo transversal, de dos tiempos y seis cilindros que estaba ubicado en la parte trasera. Otras modificaciones radicaban en el rollo de destino, que estaba ubicado debajo de los parabrisas y no en el techo; en la luneta trasera, dividida en dos partes aunque simulaba ser entera y en los comandos del aire acondicionado que estaban ubicados a la izquierda.
Finalmente, entre 1951 y 1952 la GMC lanzó el modelo PD 4103, de aspecto sumamente similar al 4102 (incluso hasta la planta motriz era la misma). Unicamente se apreciaban diferencias sustanciales en la cola del coche y en pequeños detalles en el frente. A estos dos últimos modelos (el PD 4102 y 4103) fue a los que ONDA denominó Centellas de Plata y fue así que, cuando en 1951 los directivos de O.N.D.A. decidieron la incorporación de nuevos autobuses, como no podría ser de otra manera decidieron comprar lo mas nuevo que ofrecía GMC; el PD 4103.
Vista frontal del Centella de Plata (del mismo coche 216 ya renumerado 222) en servicio regular, en una imagen tomada en 1981. (Foto: colección Pedro Sorhouet)
Los primeros cinco coches de este modelo llegaron a Uruguay el 4 de marzo de 1952. Fueron seguidos por otros diez pocos días después, dentro del mismo mes. Fueron recibidos en Montevideo con el asombro que despertaba en la población cada importación de nuevos coches para O.N.D.A.
Las características principales de los mismos fueron:
Longitud: 35 pies
Ancho: 96 pulgadas
Distancia entre ejes: 247 pulgadas
Motor típico: DD 6-71 de 6 cilindros en línea
Asientos 37 ó 41
Los nuevos vehículos se numeraron desde el 207 al 221, como ya dijimos, se denominaron Centella De Plata y fueron asignados a las rutas de Colonia, Maldonado, Rocha, Salto, Minas, Mercedes y Durazno, con la excepción de que los cuatro últimos, del 218 al 221, con los cuales ONDA inauguró los servicios a Tacuarembó y Rivera por Ruta 5 el día 16 de mayo de 1953 y, desde junio se sumó también la combinación a Minas de Corrales.
La razón del famoso apodo “Centella de Plata” se originó en sus laterales plateados y a la alta velocidad que alcanzaban en pocos segundos, gracias a su inmenso motor que los hacia salir catapultados. Pero, entre tanta alegría, la historia de estos coches se vio manchada por un espantoso hecho que tuvo lugar 3 años después de su llegada. El protagonista fue el hasta ese entonces desconocido interno 216.
Hay que tener en cuenta que los vehículos de transporte carretero que existían en Uruguay en empresas ajenas a O.N.D.A. eran, generalmente, bastante rústicos y rudimentarios, con carrocerías de madera y chapa montadas sobre chasis de camiones en su mayoría, que no tenían suspensiones ni tamaños ideales como para cumplir un servicio decente. En muchos casos ni siquiera se contaba con la posibilidad de poder pararse adentro del vehiculo...
Para la década de 1950, muchas carrocerías nacionales habían perfeccionado bastante sus técnicas, pero aun así era imposible competir contra los GMC de O.N.D.A. Esto le daba a la empresa un toque más que importante de distinción y supremacía, además de que su amplio poder económico la hacía capaz de aumentar sus servicios, financiar la reparación de las rutas, traer cada vez mas ómnibus y dar como decían ellos mismos “el mejor servicio del mundo”
Lamentablemente la excelencia muchas veces cuesta cara, y O.N.D.A. en reiteradas ocasiones fue victima de violentos accidentes causados muchas veces por la negligencia de los conductores, quienes no siempre median sus acciones ni sus consecuencias; pero posiblemente uno de los accidentes mas recordados seria el protagonizado por el coche 216, en 1955.
Vale aclarar que si bien es cierto que el numero de accidentes de la empresa era alto y que la misma era conocida por “hacer correr” a los coches, en aquellas épocas la empresa era la que tenia mas coches y servicios, corrían sobre caminos que en muchos casos no eran mas que senderos de balasto mejorado. Por ello, es bueno aclarar que el alto numero de accidentes no correspondía netamente a factores negativos de la empresa sino que las condiciones de las rutas y caminos en general, que eran totalmente adversas para el servicio que se pretendía brindar con vehículos pensados para carreteras que distaban mucho de los “trechos” que existían en Uruguay. Además, era evidente que en una empresa tan grande y con tantos coches se produjeran mas accidentes que en una chica con pocas unidades, por un simple tema de porcentajes.
El viaje que no terminó
El día sábado 16 de julio de 1955, a las 13 horas, partió desde Plaza Cagancha, la base de partida de O.N.D.A. en Montevideo, una excursión a Rivera. Debido a la impresionante venta de pasajes por el fin de semana largo, se habían asignado siete coches para cumplirla, 3 de los cuales eran GMC. Estaba programada para regresar el lunes 18 de julio.
Era una época de importantes lluvias. Muchos ríos estaban desbordados, lo cual hacía complicada la circulación en varios lugares. El lunes, cuando los siete coches se aprestaban a regresar a Montevideo, se enfrentaron a las inclemencias del tiempo, que impidió su paso por determinados lugares de las carreteras y obligó a modificar sus recorridos, para poder llegar a destino.
Si bien la excursión ya había pasado la ciudad de Florida regresando por la Ruta 5, al llegar al puente del Chamizo se encontraron con que estaba totalmente inundado e intransitable. Llegó información de que el puente del Río San Ramón aún se encontraba sin agua sobre su superficie, pero tuvieron que regresar hasta Florida y desde ese lugar decidieron retomar por la Ruta 6 hasta el poblado de San Ramón, buscando un camino libre hacia la capital. O.N.D.A. jamás pasaba por esa zona, así que era un hecho inédito producto de las fuerzas mayores de la naturaleza.
Los dos primeros coches que logaron llegar a San Ramón por el lado de Florida, fueron el 173 y el 216, mientras que el resto de la caravana venía bastante retrasada. A pesar de la información obtenida, las lluvias eran de tal magnitud que, cuando el 173 (Un G.M.C. PD 3703 Ola Marina) se aproximó al puente del San Ramón, se encontró con que ya estaba cubierto por las aguas, que comenzaban 3 cuadras antes de la cabecera del puente.
Tal vez por creer que todo era posible o por proceder con total inconsciencia, el 173 luego de estar detenido y bajo la duda, decidió abalanzarse sobre las aguas turbias y se embarcó en una desesperante odisea, que resultó ser mas angustiante de lo que se creía. Alumbrando el camino con un faro piloto que acostumbraban tener los G.M.C. dentro de la cabina, apuntó el haz de luz a un letrero ubicado del otro lado del puente, para seguir una línea imaginaria que lo llevara sobre la superficie del puente.
A pesar de que las aguas empujaron su carrocería con fuerza y, según contaría luego su chofer, tuvo que abrir la puerta para hacer entrar agua al interior del coche con el fin de lastrarlo y darle peso (algo que no es posible confirmar si fue cierto) se abrió camino y alcanzó la otra orilla.
Vistos los resultados obtenidos, el Centella de Plata 216, sin dudarlo un segundo, se arrojó a las aguas a buscar la misma suerte que su compañero. Pero la fuerza de la corriente empujó al 216 hacia la derecha y la rueda delantera derecha se atascó en las barandas del puente, que se encontraban sumergidas. De esta manera, el coche quedó atrapado.
No parecía nada difícil de solucionar y la situación se vivió con calma en un comienzo. Primero se intentó acelerar al coche para hacerlo salir en reversa de esta trampa. A todo esto, comenzaban a llegar los otros cinco coches que integraban la caravana, que permanecieron en la orilla expectantes a que el 216 saliera de su encierro. Los esfuerzos fueron muchos, pero el conductor no pudo sacar al coche de la trampa y quedó inmóvil, mientras el nerviosismo aumentaba.
Al pasar las horas, el agua subió y comenzó a golpear al Centella. Se tambaleó bruscamente hacia los lados y la rueda enganchada terminó destruida, mientras que el ómnibus se inclinó de forma pronunciada sobre un lado. Algunos pasajeros, ante la desesperación, se arrojaron del coche por la puerta de emergencia, ubicada del lado izquierdo junto al motor. De forma desesperada, de a pie, lograron escapar gracias a la formación de una cadena humana integrada por personas del propio pueblo, que para ese entonces se había agolpado en las orillas. Pero la gran mayoría de los pasajeros no se animó a esta peligrosa maniobra y permaneció en el interior del G.M.C. Según se comentó, eran personas ancianas y muchas traían bagayos de los cuales no se querían desprender.
Cerca del lugar de los hechos existía un molino donde los encargados, desesperados por querer ayudar y sacar al 216 de las aguas a tiempo, llenaron un camión con varias toneladas de bolsas de harina a modo de hacer de “lastre” para el camión y se dirigieron al lugar. La idea era entrar en reversa e intentar enganchar al ómnibus para sacarlo del lugar. Si no resultaba, se pensó en colocar el camión a su costado y que las personas trasbordaran al mismo. A su vez, desde Montevideo fue enviado rápidamente el camión grúa grande de O.N.D.A., un REO con motor Cummins al cual rápidamente se le habían soldado unos ganchos en la parte posterior, para poder agarrar al Centella.
Ssin embargo, la Policía le prohibió realizar la maniobra a ambos vehículos. Hubiera sido un rescate seguro, pero aparentemente se pretendía esperar a la luz del día para efectuar el rescate, para que las cámaras de la televisión y la prensa fueran testigos del heroico rescate.
Desde un cuartel cercano fueron enviados unos inmensos reflectores para poder iluminar la escena desde la costa. Sin embargo, tanta luz no iba a servir de gran ayuda en la agonía de 216 y sus pasajeros, mientras las aguas subían cada vez más.
Posteriormente y de forma casi furtiva, dos funcionarios de bomberos se lanzaron a las embravecidas aguas con un bote a motor muy pequeño. Llegaron al 216, pudieron entregar salvavidas a los pasajeros y lograron evacuar del coche a 12 de ellos. Realizaron tres viajes con éxito pero, en el cuarto viaje, el motor del bote se destruyó y la embarcación fue arrastrada por la corriente. Se estrelló contra los pilares del otro puente, el ferroviario, y los dos bomberos que lo ocupaban salvaron su vida por casualidad.
El agua subió y alcanzó las ventanillas del 216. El tiempo se acabó y ahora solo restaba esperar lo peor. De los 41 pasajeros, casi 30 permanecieron dentro del 216 esperando su rescate y gritando de forma desesperada, mientras que desde la costa se les pedía que se tranquilizaran con parlantes, mintiéndoles de que ya serían rescatados, cuando se sabía de antemano que tenían sus vidas echadas a la suerte.
El 216 soportó lo más que pudo, pero a las 5:50 de la mañana, luego de 9 horas de horror y bajo una total desesperación, los espectadores solo pudieron ser testigos del horrendo hecho que pasó. Finalmente, el coche cayó del puente y se hundió totalmente en las aguas del río Santa Lucía, mientras los gritos de los desesperados pasajeros, se apagaban a medida que el coche se hundía. Algunos lograron escaparse en ese momento y salvar su vida de milagro.
El 216 se sumergió y se llevó la vida de 27 personas en su interior, entre ellos su chofer. Los relojes de todos ellos habían dejado de funcionar a las 5:56 A.M.
Las aguas demoraron días en bajar y recién en la penumbra del tercero se hizo visible parte de techo del 216 y se marcó su ubicación. El coche fue sacado del agua con los cadáveres en su interior por la grúa REO de O.N.D.A., que casi cayó al agua junto al ómnibus. Para lograr su cometido, tuvo que ser arrastrada desde atrás por dos tanques de guerra que el ejército prestó.
Estas imágenes muestran a la unidad semisumergida en el agua, luego de la bajante. Ya era demasiado tarde y 27 vidas se habían perdido. (Fotos: Diario El Día - Colección Fabián Iglesias)
Luego de su rescate, el coche permaneció seis días en un galpón de la comisaría de San Ramón para los peritajes. Al momento de ser preparado para trasladarlo a Montevideo, fue tapado con una lona de color negro y se le borró el número 216, con el fin de ocultar su identidad a las cámaras de la prensa. Se lo condujo a los talleres de la empresa y se lo reconstruyó completamente.
Pese a su desgracia y a los daños sufridos, logró increíblemente volver al servicio. Pero ni él, ni ningún otro
coche, volvieron jamás a utilizar el número 216: fue renumerado
como 222. Se le quitó el número a un G.M.C. PD 4104 que pasó
a ser el 242. Al ex 216 (ahora 222) le quedaban aún muchísimos
años de servicio por delante, pero cargó por siempre su amargo
pasado, que le costó un sobrenombre interno en la empresa: El Ataúd.
La vida de este coche no fue solo marcada por la tragedia de San Ramón:
sus desgracias no terminaron ahí. El 21 de octubre de 1957, el ahora
222 realizaba un viaje a Colonia; todo transcurría con normalidad hasta
que al llegar al kilómetro 105 de la ruta 1 un camión lo encerró
y golpeó de costado, arrojándolo contra la banquina. El coche
arrasó con 92 metros de árboles y terminó en un brutal
vuelco.
La carrocería fue severamente dañada, con varias torceduras y una victima fatal, más varios pasajeros heridos que fueron llevados al hospital de Nueva Helvecia.
Aquí vemos el estado en el que quedó el pobre coche 216 (ya renumerado como 222) tras su accidente en el kilómetro 105 de la ruta 1. (Foto: Colección Italo Sorrenti)
El coche fue nuevamente reconstruido por completo en O.N.D.A., pero tanto éste (como otros problemas surgidos luego) y pese a ser catalogado como uno de los coches mas rápidos de la empresa, causaron que en en la empresa se ganara, además de su apodo, la fama de coche maldito. Los choferes evitaban conducirlo, pero el desafortunado vehiculo no se dio por vencido.
La vida continúa
En marzo de 1961, O.N.D.A. adquirió de segunda mano en Estados Unidos 8 coches GMC PD 4104 y 5 PD 4103, que fueron numerados el 190 al 194. Con ellos rellenaron los números habían quedado vacíos al comenzar la era G.M.C. El numero de Centellas de Plata en el parque tractivo aumentó a 19 unidades; los coches nuevos obtuvieron permisos a Treinta y Tres, Trinidad y Durazno y se los matriculó en esos departamentos.
Eran nobles maquinas sin lugar a dudas. Dejaron más que demostrado que ellos lograban soportar las peores condiciones. El coche 217, cuando su conductor era el Señor Aureliano Quiroga, realizaba un viaje diario a Melo. El cambio de conductores era un dia y al otro su compañero.
Si se realizara una cuenta a lo largo de los 30 dias que forman un mes, descubriremos que estos coches recorrían 30 mil kilómetros mensuales. Solo paraban unas horas para el servicio o alguna reparación menor. Al trabajar de forma constante 12 meses al año, se llega a una suma de unos (aproximados) 360 mil kilómetros recorridos por año.
A los Centella de Plata no les fue fácil su tarea. Que sirva como ejemplo el coche 202 de ONDA:cuando el Bocha Sorhouet comenzó a manejarlo, realizaba dos viajes rápidos diarios a Colonia; en algunos casos el otro compañero corría el viaje del vapor que llegaba de noche a Colonia o un viaje a la lancha de Carmelo, para luego retornar vacíos a Montevideo para salir al otro día en el turno diurno.
En resumen, algunas unidades rodaban las 24 horas, se enfrentaban a una demanda de pasajes brutal, donde se daban hechos tales como que si bien los coches en algunos casos no habían llegado siquiera a la Plaza Libertad (donde tenia su terminal de llegada y salida la O.N.D.A.) y ya estaban los pasajeros esperando para ir a su destino con ellos. Lo único que podía parar a un Centella de Plata era una avería grande.
Pero los años pasaron y su fama fue opacada cada vez más, por la adquisición de coches G.M.C. cada vez más modernos. Sin embargo, es interesante destacar que los PD 4103 fueron los coches que mejor resistieron el paso de los años, a pesar de que fueron afectados a durísimos trabajos, transitando carreteras de balasto, caminos destruidos, senderos de tierra, piedras y todo tipo de terrenos en pésimo estado, cuando fueron relegados de los servicios principales.
Con la llegada, en 1972, de 22 nuevos G.M.C. PDA 4905 Camello, que se sumaron a los preexistentes, casi todos los Centella de Plata e incluso algunos Galpones, fueron afectados a los servicios locales desde Salto y Rocha. Como era lógico, el modelo mas viejo daba lugar al mas moderno. Se sabe que al menos el 222, en 1981 se encontraba aún en Montevideo, en los talleres de O.N.D.A. en Otorgues, donde permanecía inactivo, utilizado como coche de reserva. Pero eso cambió a mediados de los '80 cuando tanto él, como el 210 y otros de los G.M.C. más antiguos que la empresa conservaba, fueron enviados a terminar su vida útil en las líneas locales de la radial de Rocha, haciendo el trayecto de Rocha al Chuy.
Para O.N.D.A. el panorama económico en esta época era bastante complicado, porque la empresa se había endeudado en dólares y una crisis sufrida por el sistema financiero uruguayo en 1982 causó una terrible devaluación. En 24 horas se duplicaron las deudas de empresas y personas. O.N.D.A. fue una de las perjudicadas y, al sumar esto a otros problemas preexistentes, lograron herir de muerte al galgo.
En 1987 la situación era cada vez peor y esto repercutió de forma sumamente negativa en los Centella de Plata, paralizados de forma alarmante junto con los Ola Marina y los Super Cruceros, en resumen, los coches más antiguos de la empresa. La crisis continuó y O.N.D.A. perdió paulatinamente sus líneas, acumuló cada vez más coches fuera de servicio y terminó cerrando definitivamente en 1991 totalmente, quebrada.
Sin la empresa operando y totalmente fundida, sus coches fueron en su mayoría rematados, en los lugares donde prestaron servicios por ultima vez. Algunos estaban tan desarmados que no estaban en condiciones de moverse por sus propios medios.
El 222 fue rematado en los talleres de la calle Otorgues, en Montevideo, junto con los Centella de Plata numerados internamente como 192, 193, 207, 208, 209, 211, 212, 214, 217, 220 y 221. El remate se llevó a cabo en los días 27 y 28 de noviembre de 1991. Muchos de ellos, incluso los más antiguos como los Centella de Plata, fueron comprados como coches y no como chatarra: continuaron trabajando en otras empresas o en manos de privados.
Pero muchos tuvieron finales tristes, como el ex coche 208, que fue vendido y transformado en casilla de obra. Se le cortó la cola y el compartimento del motor. Permaneció mucho tiempo detenido en las obras en construcción del World Trade Center de Pocitos, para ser desguazado poco después. Otros, como el 192, terminó sus días trabajando para los Casinos Municipales de Montevideo y, de esta manera, cada uno de estos hermanos siguió una vida incierta, al haber muerto su madre, la O.N.D.A.
El 216 fue comprado por un privado y llevado al interior, transformado en una casa rodante bastante rudimentaria. Perdió sus asientos entre otros elementos y además fue pintado totalmente de color amarillo. Pero las cosas no salieron bien y el coche quedó abandonado un tiempo sin sus parabrisas, y su frente comenzó a herrumbrarse.
Esta imagen nos muestra al coche 216/222 en su época de casa rodante "descuidada", con parte del frente y laterales repintados con amarillo (Foto: Jorge Mailhe)
Terminó abandonado en un campo en el departamento de Rocha, con su motor operativo pero rodeado por pastos que llegaban a tapar sus ruedas. Fue ahí que un señor de apellido Volarich decidló comprarlo y llevarlo al balneario Neptunia en el departamento de Canelones. Lo pintó de color rojo y lo transformó en una casa de comidas rápidas, mediante la apertura de dos puertas en su carrocería a la altura de las ventanas.
En los veranos, el 222 marchaba a trabajar a la zona del este del país, principalmente al balneario La Paloma, como así también a la ciudad de Rocha, donde trabajaba de puesto ambulante de venta de comida, pero le esperaba un futuro muy distinto.
Completando un viaje... 55 años después
En lo personal, la vida me ha llevado por diferentes caminos y a conocer muchas personas. En ocasiones, conoces a personajes increíbles que entran a tu vida y te dejan una marca. A principios del 2010, en mayo, si mal no recuerdo, tuve la suerte de conocer a una persona llamada Duaner Martínez, que resultó ser un fanático de la O.N.D.A., obrero del transporte y con una personalidad bastante carismática. Si bien ya en la primera charla el tema central fue la O.N.D.A., el nombrar los accidentes nos llevó a tocar el famoso tema del drama del 216 allá en 1955. Y se dio la casualidad de que Duaner tenía el tema bastante en claro e investigaba el tema.
Yo sabía que el 222 aún existía en algún lado, lo comenté y resultó que Duaner conocía a su dueño, por lo cual me propuso conocerlo en persona, invitación a la cual dije ¡SI, YA MISMO!
Personalmente, nunca me llamaron la atención los ómnibus mas modernos, como los Camellos o los Concorde: desde que vi una foto de un Centella de Plata, me enamoré perdidamente de ellos, de aquella carrocería sobria, de ventanillas diminutas, frente abovedado y cartel de destino debajo de los parabrisas, que daba lugar en el techo para aquel recordado copete plateado que apuntaba tres pequeñas luces hacia adelante. Eran raros, un modelo distinto al resto, como que quisieran marcar una diferencia sin sentirse parte de nada.
Generalmente se los veía con un poco de lástima, por ser de los mas viejos y, por lo tanto, los mas castigados y menos importantes. Su tamaño pequeño, ventanas chicas y frente tan redondo en comparación a los modelos mas modernos, los hacia parecer demasiado antiguos. No tenían suspensión neumática ni dirección hidráulica, así que en cierta forma fueron bastante despreciados, en muchas ocasiones.
Tanto me llamaban la atención, pero sin embargo jamás había subido a uno a excepción del ex ONDA 219, la primera vez que me subí a un Centella de Plata, pero estaba hacia años parado. Nunca olvidaré cuando conocí “al 216”: esperé al lado de la ruta interbalnearia durante algunos minutos su llegada, mientras mis ansias aumentaban cada vez mas. Finalmente, oculto bajo un manto de árboles, se divisó en el horizonte una figura inconfundible, que reflejaba el sol hacia los costados como si de un espejo gigante se tratara…
Se detuvo en la esquina antes de cruzar y, con el sol dándole en el frente, se veía imponente y más aún al recordar que no era cualquier ómnibus, era el 216. Cuando finalmente arrancó y se paró junto a mí, observé su altura, sus ventanas y sus ángulos; el ruido inconfundible de su motor Detroit Diesel de 2 tiempos parecía una melodía. Por primera vez y luego de años estaba frente a una Centella de Plata aún viva, pero por sobre todo estaba frente al 216.
Subí y no podía dejar de mirar cada detalle, cada centímetro de su interior. Si bien estaba convertido en casa rodante, conservaba algunos asientos y no había perdido la personalidad imponente que caracteriza a un General Motors. En mi opinión, el aspecto del Centella de Plata es todo lo contrario a lo que generalmente se decía de ellos: su amplio frente, el destino bajo, las luces casi rozando los laterales, el capuchón de aluminio sobre el techo y esas ventanas tan características, me hacían ver un coche con aptitud fuerte, de aspecto agresivo y que da una idea de fortaleza. Viajar en él y sentir su motor respirar inspira potencia, supremacía, jamás había sentido algo así en ningún otro ómnibus.
Desde ese momento la vinculación con el señor Duaner Martínez, como así también con el dueño del coche 216, el señor Rudy Volarich, fue muy fuerte y de a poco conseguimos mas datos del vehículo, hasta que Duaner y Rudy decidieron comenzar a recuperarlo consiguiéndole mas piezas, pintándolo y, como broche de oro, devolviéndole su verdadero número.
El coche mejoró día a día y, en base a un riguroso cronograma creado pura y exclusivamente por Duaner Martínez, se planteó la posibilidad de hacer que terminara el viaje desde el puente del San Ramón hasta Montevideo, a modo de cerrar aquella herida abierta 55 años antes y con el fin de recordar a las victimas de la tragedia.
Increíblemente, todo se dio de forma tal que el evento se hizo realidad: el día sábado 25 de septiembre de 2010 el viaje comenzó en dirección al Este. En todo momento, el 216 fue acompañado por el ex 403 de ONDA, un TMC de 1980 que actualmente es Motorhome, pero reconstruido de una manera tan espectacular que asusta.
Quizás el 216 tenga 58 años arriba, pero no hay caso: un GMC pisa la carretera y se transforma. Tiene una capacidad asombrosa de empuje y queda claro que le gusta correr, porque con sus cuatro marchas rápidamente alcanza los 100 km/h y el sonido del motor se transforma en ese tan característico zumbido que tanto caracterizó al pasaje de la ONDA por las rutas uruguayas.
En Maldonado, el 216 y el 403 se reencontraron con su viejo amigo de labores el ex 295, preservado por la empresa C.A.U.V.I. La sorpresa de la gente lo dijo todo: no paró de subir un solo segundo a cualquiera de los tres coches y, cuando se enteraban que el 216 era el mismo de la tragedia de San Ramón, quedaban sorprendidos. Destaco a una señora muy mayor que, cuando subió al coche, se sentó en el primer asiento del 216 y comenzó a recordar a su padre que fue carrocero de O.N.D.A. mientras sus ojos rompieron en lágrimas.
Esto es algo que quiero destacar: es increíble el amor que se mantiene por la O.N.D.A. A lo largo de todas las rutas que recorrimos, la gente salía de las estancias, se agolpaba en los caminos, con cámaras y celulares para fotografiarlos. Saludaban y, al sentir el rugir de los motores del 216 y del 403, se despertó un sentimiento dormido hace años, cuando la ONDA dejo de circular. Si a alguien le quedan dudas, deberían haber visto la expresión de sus rostros...
A eso de las cuatro de la tarde, el 216 y su compañero el 403 partieron de Maldonado rumbo a San Ramón, no antes de pasar a tomar algo por la estación de servicio, porque el 216 tenia poco gasoil en su tanque. El viaje fue tranquilo, disfrutando el paisaje e intentando recordar lo que sería viajar en O.N.D.A. por aquellos lugares. La llegada a San Ramón fue muy emocionante: la gente estaba sentada en la avenida principal porque hacia calor y la recepción que tuvieron ambos coches fue emocionante.
Los dos coches atravesaron lentamente el pueblo hasta que, finalmente, el 216 se enfrentó cara a cara con el mismo puente, donde 55 años atrás, había sufrido el fatídico accidente que lo marcó de por vida. Ambos coches lo cruzaron, volvieron a cruzarlo luego y, después de algunas vueltas en San Ramón, se instalaron en un camping donde no pararon de llegar los curiosos que querían ver al ómnibus de la tragedia, como le decían.
Hubo una pequeña función de cine proyectando una humilde producción referida a la historia del 216, con un televisor montado en las ventanas del mismo coche. Las personas presentes observaron con mucha atención y, cuando el público se apaciguó un poco, hicimos un asado junto a ambos coches.
Se sentía rara la noche, cenando al lado de dos ómnibus que fueron de la mítica O.N.D.A. Cuesta creer que, algo de lo que se habla y recuerda tanto, ya no exista como empresa pero que aún despierte sentimientos.
Al otro día, la jornada comenzó temprano y el 216 recibió visitas desde las primeras horas de luz del día. Posteriormente llegaron otros dos coches ex O.N.D.A., que serían los encargados de custodiar al 216 en el viaje de regreso a Montevideo. Cercano al medio día el 216 fue encendido y las personas se agolparon junto a la cola del coche que tenía la tapa del motor levantada, para poder observar a una de las características mas recordadas de O.N.D.A., los motores Detroit Diesel moderando.
Cuando finalmente arrancó, fue hasta el puente, lo cruzó y, al volver, se detuvo al lado de la quinta columna del lado derecho, donde aún esta la marca en el hormigón dejada 55 años antes, cuando el tren delantero la golpeó y le arrancó un pedazo. En ese mismo lugar, Duaner Martínez arrojó al agua 23 claveles blancos, otros dos los arrojó Rudy Volarich y a los últimos dos los arrojé yo… uno por cada persona que dejó su vida en aquella noche de 1955 bajo las frías aguas del enfurecido río. La puerta del Centella de Plata se cerró y, sin mediar palabras, comenzó su viaje en la misma dirección y por la misma ruta que debió haber seguido aquella noche, la misma que hizo su compañero el Ola Marina 173.
Fue muy emocionante la partida desde San Ramón; el pueblo entero se agolpó sobre el puente y alrededores, para despedir al 216 que iba a completar su viaje. Vi gente llorando de la emoción, mientras otros saludaban eufóricos.
A marcha lenta, el 216 dejó atrás el pueblo. En cada boca calle, lo esperaban varias personas que lo aplaudían como si se tratara de un héroe, otros agitaban banderas uruguayas y detrás de él, otros 3 compañeros que trabajaron junto a él en O.N.D.A. lo acompañaban de cerca, oficiando de guardia de honor. Ellos eran el G.M.C. “Camello” interno 331, el TMC 403 (el que lo acompañó durante los dos días de travesía) y el TMC 400, todos sobrevivientes a la muerte de la empresa, como el 216.
Atrás de la caravana se unieron varios autos particulares, con gente que quería acompañar al 216 y a sus compañeros hasta el punto final del mítico viaje, incluso algunos se adelantaban a los ómnibus para poder fotografiarlos o filmarlos.
Personalmente, una de las cosas que más me emocionó fue ir al fondo del 216 y mirar hacia atrás por su luneta y apreciar en una curva a todos los ómnibus de O.N.D.A. seguidos de varios autos. Parecía como que ONDA jamás hubiera muerto. También causaba gran emoción ver a las personas salir corriendo desde adentro de las estancias, al sentir en el aire y en la lejanía, el característico zumbido de los motores de O.N.D.A. Posiblemente muchos ignoraran lo que estaba pasando y, al sentir una vez mas el característico ruido que viajaba con el viento, los hacía salir a ver si aun era posible que pasara por esos inhóspitos caminos un coche de O.N.D.A.
Sus rostros lo decían todo, cuando veían que no era un solo coche sino cuatro, los que emitían el sereno ronroneo que había dominando durante tantos años la campaña uruguaya. Aquel himno de O.N.D.A. volvió una vez mas a viajar con el viento, y el galgo volvió a correr por las rutas como en los viejos tiempos.
El final del viaje fue algo complicado, porque el tránsito en Montevideo era bastante pesado. Para el 216 no fue mayor problema y, a pesar de haber transcurrido más de 20 años de la última vez que pisó Montevideo (luego del cierre de la empresa, jamás había regresado) el orgulloso coche trajo a la capital uruguaya la imagen viva de una empresa que fue mas que una empresa, fue una parte de la historia de los Uruguayos, un sentimiento tan grande que el pasaje del 216 causaba que la gente se detuviera y que siguiera con su mirada a la Centella, que avanzaba segura hasta su destino.
Ultima curva. El 216, luego de trepar por Avenida Libertador y tomar Paraguay, entró a 18 de Julio como tantas veces lo había hecho, pero hace muchos años atrás… el ultimo semáforo antes de Plaza Cagancha lo frenó y la gente agolpada en la plaza que esperaba su llegada lo vio a lo lejos. Se generó un frenético movimiento que, desde adentro de la cabina del 216, se asemejaba al movimiento que esa plaza supo tener cuando la O.N.D.A. partía desde allí. Del otro lado de la plaza lo esperaba mucha gente que, cuando lo vieron venir por la derecha, corrieron por la calle para cruzar a la vereda donde se detendría.
Imágenes tomadas durante el viaje, que nos muestran diferentes momentos del histórico recorrido del 25 de septiembre de 2010.
En Maldonado. El coche de atrás es el ex 403 de O.N.D.A.
Otra vista en Maldonado, junto a los coches 295 y 403.
En una estación de servicio, en Maldonado.
Idem anterior, pero en la localidad de San Ramón.
Aquí lo vemos sobre el mismo puente en el cual ocurrió el accidente, 55 años atrás.
Parado en el mismo lugar del cual se cayó. Aún se ve la marca del lugar en el cual golpeó.
Otra toma en el mismo lugar anterior.
Imagen obtenida a la salida del puente de San Ramón.
Detenido en la Plaza Cagancha, en el Kilómetro cero, tal cual como cuando la O.N.D.A. aún existía.
Otra toma en el mismo lugar anterior.
(Fotos: Fabián Iglesias)
Creo que no hay palabras para describir lo vivido adentro de uno de los mejores coches de O.N.D.A., por haber terminado su viaje 55 años después. Fue una emoción muy fuerte, pero mas fuerte aún fue ver a la gente agolpada en las veredas, aplaudiendo al 216 en su entrada triunfal, recibido con un cariño tal que solo un pueblo como el Uruguayo puede brindar, por un sentimiento tan fuerte como lo fue O.N.D.A.
Cuando abrimos la puerta y los tres bajamos del ómnibus, la gente nos aplaudló como si fuéramos héroes, al grito de ¡Viva O.N.D.A.! mientras otros nos agradecían por mantener viva a la Centella de Plata. Cabe destacar la presencia del Bombero que en aquella noche rescató a 12 personas con una lancha a motor de fuera de borda y de una de las sobrevivientes, entre cientos de aficionados y ex empleados de O.N.D.A. que querían, una vez más, verla llegar a la Plaza Cagancha, el punto desde donde partió el Coche 318, aquel Camello que en 1991 se fue a cumplir el último viaje de la Organización Nacional De Autobuses, antes de despedirse para siempre de el pueblo que tanto la quiso.
O.N.D.A. está viva y eso queda demostrado con acontecimientos como éste, con la manera en la que el pueblo uruguayo e incluso amigos argentinos y brasileños se acercaron a ver, compartir y comprender el porqué de sentimiento tan fuerte, hacia una empresa de ómnibus. Pero O.N.D.A. no era sólo eso, O.N.D.A. fue quien acortaba las distancias, fue quien unía y comunicaba a las personas, fue quien las hacía viajar, pasar las vacaciones, ver a sus hijos, recorrer el País y por eso, hoy día, el Pueblo Uruguayo, como así también varios colegas, especialmente de Argentina, la recuerdan con tanto cariño.
Hay que tener mucho amor por una causa, para ver mas allá y comprender que un cansado ómnibus de 58 años no es un cachilo viejo y destartalado, si no una máquina formidable y ejemplar a la cual hay que admirar, cuidar y mantener viva, para que las nuevas generaciones la conozcan y entiendan lo que era ONDA y los sentimientos que despierta.
Fabián Iglesias
Diciembre de 2010
Agradecimientos:
Augusto
Victorica, Alejandro Scartaccini, Alejandro Silva, Carlos Caballero, Christian
Espasandin, Duaner Martínez, Fabián Rocha, Félix Sarciada,
Jorge Mailhe, Isaac Retman, Rafael Caballero, Rudy Volarich, Luis Tappa, Gustavo
Díaz, Gunnar Gil, Italo Sorrenti, Pedro Sorhouet, Mario Pienovi, Nicolás
Ruiz Díaz
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