EL FRUSTRADO MUSEO DEL COLECTIVO DE CARLOS ACHAVAL

Un sueño que no pudo ser.

Si hay algo que le agradezco a esta afición es la enorme cantidad de amigos del alma y compañeros de fierro que me dio a lo largo de los años. Más cercanos o lejanos debido a la distancia, son gotas de amistad en este mar en el que uno rema a diario. 

Detestaría el hecho de dar nombres, ante la posibilidad de olvidarme de alguien. Pero me quiero detener en alguien que ya no está entre nosotros, con quien tuve una relación de amistad muy especial: Carlos Achaval, que quienes participan en la galería interactiva anexa a este sitio conocieron como Espam. Periodista, tanguero, apasionado del lunfardo y, por sobre todo, amante de los fierros viejos de transporte masivo, sea cual sea su tipo pero cuanto más antiguo, mejor. Y si el vehículo en cuestión tenía once asientos… éxtasis puro.

Lo conocí a fines de los ’80, en una reunión con un amigo en común. Me asombraba lo que sabía, los recuerdos que relataba con un lenguaje que, como buen periodista, manejaba a la perfección. Tal vez, para relatar un simple viaje con uno de sus amigos de la línea 68 (hoy 168) en donde hizo de ladero, armaba una historia que no tenía nada que envidiarle al cuento Omnibus de Julio Cortázar.

Pasamos horas y horas charlando en donde diera lugar, compartimos paseos, búsquedas de vehículos viejos, entrevistas a viejos transportistas, noches de Midget y tardes estudiando fotografías descubriendo detalles en carrocerías o rememorando aquella vieja Buenos Aires que por razones de edad no pude conocer. 

Y si mis notas son medianamente aceptables a la hora de leerlas, es gracias a sus lecciones de redacción. Sus muletillas cada vez que me corregía un texto hasta hoy me persiguen: No uses gerundios, quedan mal. El colectivo no está doblando. El colectivo dobla. Ahorrá un verbo… 

Dejando lo estrictamente personal de lado, él tenía un sueño por el cual peleó hasta donde pudo: armar un Museo del Colectivo. Desde los tempranos ’90 comenzó a peregrinar en búsqueda de viejos vehículos, a veces sin recurso alguno. 

Pero con el transcurso del tiempo, una buena dosis de perseverancia y enroscando alguna que otra víbora (los amantes del lunfardo sabrán a lo que quiero referirme) lentamente comenzó a acumular unidades de todo tipo y en diferentes estados de conservación. Su proyecto comenzó a tomar forma, pero necesitaba un lugar donde acumular sus vehículos y no tardó en encontrarlo.

Visite la Isla Maciel

Hacia 1990 o tal vez 1991, Carlos alquiló un enorme galpón con vivienda en la Isla Maciel, a metros del puente Nicolás Avellaneda, sobre la calle General Frías. Las instalaciones podían albergar a unos diez vehículos y posibilitaban trabajar en ellos, porque estaban completamente techadas. 

Allí comenzaron a ingresar sus coches rescatados de manera progresiva e incluso albergó de manera transitoria una carrocería de tranvía Fabricaciones Militares, que la Asociación Amigos del Tranvía había adquirido y no tenía donde guardar.

El frente blanco con el balcón corrido corresponde al galpón donde Carlos se instaló en la Isla Maciel. En la calle vemos llegar al Fargo de 1957 carrozado por Agosti que había pertenecido al Expreso Lomas. (Foto: Carlos Achaval)

Durante un tiempo se mezcló con sus ómnibus y colectivos hasta que se marchó hacia la estación Polvorín para su reconstrucción. Es el actual F.M., el “plateado” que despierta recuerdos en el circuito tranviario de Caballito los fines de semana. 

Pero sucedió algo lógico: con el tiempo el lugar quedó chico y debió mudarse: demasiados colectivos para tan poco espacio. Así fue que se trasladó a otro lugar, dentro del mismo Municipio de Avellaneda.

Allá en Crucecita, en el barrio Quinta Galli…

…en la larga cuadra que la calle Vélez Sársfield tiene entre la Avenida Mitre y la calle San Martín, Carlos encontró “el” lugar para su museo: una casa con un enorme terreno, con un galpón al final del terreno que medía, desde la línea municipal del frente hasta la medianera medía 74 metros. ¿Qué más pedir? 

Más de una vez nos reímos, comentando que su terreno podría servir para medir los antiguos rollos de papel higiénico que, según se estilaba, medían lo mismo. Pero los tiempos habían cambiado y eran más cortos, nunca encontramos alguno para desenrollar y medir. Ya no se fabricaban. 

En el frente estaba la casa y, a su izquierda, un portón de acceso que daba a un terreno descubierto de grandes dimensiones. Al fondo, estaba el galpón. La parte trasera de la casa tenía un alero, bajo el cual muchas veces tomábamos algo con Carlos y contemplábamos los vehículos detenidos. Y siempre había algo para contar.

Desde la terraza de la casa se tenía una vista privilegiada del playón con todas las unidades depositadas allí. Detrás se ve el frente del galpón. (Foto: Carlos Achaval)

Era un lugar propicio para poner en condiciones y montar el museo. Para tal fin intentó contactarse con la Municipalidad de Avellaneda, pero no hubo mayor interés. Resolvió seguir por su propia cuenta.

A los amantes de los buenos fierros les interesará conocer las unidades que atesoró. Sería imposible enumerarlos uno por uno, porque fueron muchísimos. Nos concentraremos en ocho de ellos, aunque no faltará oportunidad para conocer al resto.

Bondilín

Tal vez haya sido su colectivo más querido, uno de los pocos que tuvo nombre propio. Fue el primero que compró y conocemos su historia completa, que daría para una nota especial sobre él y es uno de los que actualmente sobrevive. 

Es un Chevrolet de 1940 carrozado por El Cóndor, que luego del cambio de mano de 1945 sufrió el cambio de ubicación de su puesto de conducción de derecha a izquierda. Nos consta que su último servicio regular lo cumplió en el Expreso Río de la Plata, prestataria de la línea 25 comunal de Vicente López, luego provincial 227 y nacional 157. 

Hacia mediados de los ’70 se lo conoció mientras oficiaba de furgón. Transportaba carbón y lo hizo hasta la segunda mitad de los ’80. Carlos lo ubicó y convenció a Héctor Ricardo García, que estaba al frente del Diario Crónica y del por entonces Canal 2 de La Plata, para que lo compre y lo haga intervenir en un programa de entretenimientos.

Esta foto fue tomada en 1985, cuando Bondilín aún no se llamaba así y repartía carbón por el barrio de Palermo. Carlos lo adquiriría años después. (Foto: Alejandro Scartaccini)

Nos referimos a Gánele al Dos, conducido por Ethel Rojo. Se proponían desafíos, que consistían en buscar al colectivo que iba a estar por el barrio o ciudad “Equis” y concurrir con alguna prenda o elemento llamativo (podría ser un pantalón rosa, una gorra a cuadros, el pelo teñido de violeta o lo que su imaginación le dicte). Los primeros que llegaban con la consigna cumplida se llevaban el premio.

Tras la supresión del programa el colectivo quedó inactivo y Carlos aprovechó para comprarlo. A lo largo del tiempo lo alquiló para participar en películas, intervino en una obra teatral (Buenos Aires en Camiseta, basada en la obra de Calé) y luego fue repintado con el esquema de pintura de la Empresa San Vicente, porque intervino en una filmación realizada para celebrar su 75º aniversario.

Esta pintura es la menos conocida que decoró a Bondilín. Así actuó en teatro, en la obra Buenos Aires en camiseta. (Foto: Alejandro Scartaccini)

Quedó con esos colores y participó en algunas muestras, pero en el medio de apremios económicos Carlos lo vendió a un coleccionista particular.

Esta imagen nos lo muestra con los colores de la Empresa San Vicente, mientras participaba de una exposición en la estación Polvorín, junto a la Asociación Amigos del Tranvía. (Foto: Horacio J. Máspero)

Actualmente está a buen resguardo y lentamente recupera su estado original y los colores de la última empresa en la que trabajó, los de la vieja línea 25.

Este es su estado actual. Lentamente su restauración progresa. Ya luce los colores de la línea 25 Expreso Río de la Plata, última línea en la que trabajó. (Foto: Eric Gambirassi)

El Fargo con Agosti

Carlos amaba a las tradicionalistas carrocerías Agosti y a sus modelos que nacían antiguos, gracias a que la familia propietaria de la carrocera, del mismo apellido de la firma, tenía un enorme establecimiento maderero del cual salía la materia prima para sus estructuras. 

A comienzos de los ’90 los encontramos y entrevistamos, en las antiguas instalaciones de la carrocera. Carlos veneraba sus productos y era más que lógico que buscara alguno para mantener y restaurar. 

Lo encontró en un desarmadero. Era un Fargo de 1957 que había pertenecido al Expreso Lomas. Lijando cuidadosamente la capa de pintura naranja que testimoniaba su uso como transporte escolar, logramos encontrar su número interno: era el 70.

Esta imagen nos muestra al Farguito, durante su traslado desde el desarmadero al galpón de Carlos en la Isla Maciel. (Foto: Carlos Achaval)

Estaba entero de carrocería, pero con faltantes de mecánica. Lo presentó a los socios del Expreso Lomas, con el fin de que apoyaran su restauración a cambio de cederlo para eventos, pero no despertó interés.

Aquí lo vemos dentro del galpón de la Isla, ya a resguardo. (Foto: Carlos Achaval)

Desconocemos si aún sobrevive y en qué lugar se encuentra, de ser así.

El Leyland de Centenera

Cuando Transportes Centenera quebró, allá por 1973, gran parte de su flota fue depositada en un desarmadero lindante a la estación Remedios de Escalada, donde con el correr del tiempo se degradaron y redujeron a chatarra. 

Pero Carlos negoció a uno de los últimos sobrevivientes y lo llevó a su refugio de Avellaneda. Era un Leyland Royal Tiger carrozado en Gran Bretaña por Metropolitan Cammell Weymann, con faltantes de mecánica, pero bastante entero en su interior. Hasta conservaba los anuncios publicitarios que se colocaban sobre las ventanillas, la mayoría de comercios de la zona de Once.

Vista lateral del viejo Leyland Royal Tiger de Transportes Centenera, a poco de su llegada a manos de Carlos. Aún conservaba parte de su gracia original, obviamente degradado por tantos años de abandono dentro del desarmadero. (Foto: Alejandro Scartaccini)

El casco estaba entero, pero el material a reponer sería difícil de conseguir, salvo que se lo trajera desde el Uruguay en donde los repuestos abundaban. Nunca llegó a iniciar su restauración y se depositó en un playón de Consultores Asociados Ecotrans, en el medio de un preacuerdo con el Grupo Plaza para montar un Museo que no llegó a concretarse.

Esta vista parcial de su interior nos permite ver los carteles publicitarios sobre las ventanillas, excelentemente conservados. (Foto: Aníbal F. Trasmonte)

El coche fue rescatado por un particular antes de su desguace y aguarda un futuro mejor.

El Fordcito

Carlos rescató un segundo colectivo de once asientos, bastante entero en lo que a conservación se refiere. Tenía problemas de mecánica, pero conservaba sus formas originales y, en casi todos los casos en lo que había faltantes, se contaba con al menos un elemento que permitiría copiar y fabricar los que habían desaparecido.

 
 

Las imágenes nos muestran los cambios en el estado de este colectivo desde su adquisición hasta su repintado parcial con los colores que debía llevar. En la primera lo vemos casi recién llegado, con solo una limpieza profunda en su haber; en la siguiente aparece con los trabajos de chapa en pleno desarrollo y en la última ya tiene los colores de fondo, aunque aún faltaba para dejarlo completamente listo. (Fotos: Gregory Aslangulian -la primera- y Alejandro Scartaccini -las otras dos-)

Era un Ford de 1942 carrozado por La Favorita, que había trabajado en La Primera de Munro en épocas que su línea se identificaba con el 230 provincial. Se había empezado con su restauración y llegó a lucir los colores de fondo correspondientes a la línea que recrearía. Pero los trabajos se detuvieron y el coche fue vendido a un coleccionista particular que lo conserva.

El Trole

Carlos llegó a comprar un viejo trolebús Mercedes Benz O-6600 T que en los ’60 se había convertido a ómnibus, gracias a la instalación de un motor FIAT gasolero y a la modificación de su carrocería, que una vez cumplimentada lo dejó muy parecido a los ómnibus que, cuando llegaron al país, se asignaron a la Fundación Eva Perón y a otras dependencias gubernamentales de la época. 

Mal mirado podía pasar como un coche “ex Fundación”, pero un detalle dejaba en claro su verdadero origen: la cartelera luminosa de destinos sobre los parabrisas, que los verdaderos ómnibus no tenían.

 

El “Trole” de Carlos apenas comprado lucía este aspecto, que podía conducir a confundirlo con uno de los Mercedes Benz O-6600 “sin T” de la Fundación Eva Perón, pero la cartelera luminosa de destinos delantera no deja lugar a dudas sobre el verdadero origen de esta unidad. En su parte trasera se ve la modificación que experimentó su culata para permitir la refrigeración del motor a explosión. (Fotos: Alejandro Scartaccini)

Tras su reconversión, trabajó en la empresa S.I.T.A. que prestaba servicios de transporte de personal y cumplía un recorrido a Lobos. Carlos lo utilizó un tiempo y luego lo paró por problemas mecánicos. 

Terminó depositado en un terreno del Club de Automóviles clásicos de Esteban Echeverría. Por desgracia, fue vandalizado por intrusos que removieron todas sus ventanillas y baguetas, en busca del aluminio para revender. Desconocemos su estado actual o si se conserva.

La “Chancha”

Si hablamos de vehículos importados de origen alemán, Carlos llegó a contar con una “Chancha” Mercedes Benz O-321 H de origen alemán, adquirida a un transportista escolar. Nunca pudimos determinar cual empresa de transporte público la utilizó cuando fue nueva.

 

Apenas comprada la “Chancha” parecía un transporte escolar en actividad, que todavía se veían en cierta cantidad, aunque reducida respecto de décadas anteriores. La primera foto nos la muestra a la entrada del playón de Carlos y la segunda estacionada dentro de este. Como se ve, estaba perfectamente conservada. (Fotos: Alejandro Scartaccini y Carlos Achaval)

También la usó durante un tiempo, hasta que también quedó detenida por problemas mecánicos. Fue otro de los vehículos que se depositaron en los terrenos de Ecotrans a la espera de una restauración por parte del Grupo Plaza que nunca llegó. 

Lamentablemente fue desguazada cuando debió desocuparse el terreno.

El Isotta

Uno de los vehículos más interesantes que llegaron a integrar la flota del museo nonato fue un Isotta Fraschini, que había trabajado en la empresa Rastreador Fournier antes de ser adaptada para realizar transporte escolar. Conservaba restos del esquema de pintura original, que pueden verse en las fotografías adjuntas.

 

En la foto exterior de este curioso Isotta Fraschini podemos ver que la mitad superior no había sido repintada cuando se transformó en transporte escolar. Aún conserva los cortes de pintura de Rastreador Fournier. La otra nos muestra su puesto de conducción. Como se ve, no tenía planta motriz. (Fotos: Antonio A. “Macer” Deluca)

Era un coche extraño, porque había sido modificado por Carrocerías El Sol, que actualizó su aspecto con la remoción de las ventanillas originales y su reemplazo por otras corredizas de mayor largo y más actualizadas. El producto terminado, si bien perdió su originalidad, era bastante armónico y no desentonaba. 

Era realmente interesante y su final fue penoso: Carlos lo había depositado en una estación de servicio cerrada ubicada en Lomas de Zamora, propiedad de unos amigos que le permitieron guardar algunos colectivos allí. 

Una noche alguien llegó con una grúa, lo enganchó y lo robó. Nunca más se supo de él.

El “Cornudo”

Este apodo no es para nada despectivo: es el que le damos a este modelo de Carrocerías El Detalle, fabricado con esos sobrerrelieves tan característicos que albergaban las luces de posición. 

Era un Dodge, que había trabajado en la línea 44 de Transportes Pompeya. Aún conservaba el cartel bajo la pintura blanca que recibió cuando se lo adaptó para el transporte escolar, que Carlos se ocupó prolijamente de remover y volver a dejar a la vista.

 

Vistas externa e interna de este simpático “Cornudito”: podemos ver la bandera original de la línea 44, que había sobrevivido debajo de la pintura blanca que recibió cuando lo pintaron de transporte escolar. Por dentro, si bien tenía faltantes, estaba bastante completo. (Fotos: Alejandro Scartaccini)

Llegó sin funcionar y no llegó a ponerlo en marcha ni encarar la restauración de su carrocería. Lo conservó tal cual había llegado. 

No sabemos cual fue su destino final y si aún se conserva o no.

No todos los finales son felices

Los años pasaron y los vehículos se acumularon en una cantidad tal que hubiera permitido el montaje de un museo, aunque la mayoría de las unidades no estaban en estado de exposición. No obstante, había una piedra fundamental importante para su creación. 

Faltaron auspiciantes e interesados por parte de alguno de los estratos del Estado. No se pudo avanzar en las restauraciones por falta de medios económicos. Y también fue la economía, que en nuestro país es más que imprevisible, la que le pegó al proyecto el tiro de gracia: Carlos no pudo afrontar el crédito inmobiliario para su vivienda con museo anexo y lamentablemente debió entregarla. 

Fue en ese momento que los vehículos debieron desparramarse en diferentes predios no siempre seguros: muchos sufrieron robos importantes, como las ventanillas de aluminio. ¿Cómo continuar la restauración de un ómnibus Leyland o un trolebús Mercedes Benz sin ventanillas, imposibles de conseguir y onerosísimas de reproducir? 

Fue un golpe tras otro, que llevaron a Carlos a bajar los brazos, a perder el entusiasmo. En charlas café de por medio, los temas siempre se desviaban a la historia en sí. No quería hablar de su proyecto trunco. Daba a entender que se había rendido. 

Vendió algunas unidades, desguazó otras, unas cuantas quedaron en los predios y, mediante un convenio con el Grupo Plaza, varias quedaron depositadas en un playón que utilizaba Consultores Asociados Ecotrans. Si bien unas pocas se salvaron, duele el destino final de la mayoría. 

Sabía que este Museo Virtual gozaba de su apoyo y simpatía y un buen día lo invité a participar de la galería interactiva Pedacitos de Historia y aceptó gustoso. De ahí en más fue Espam, que adornaba las imágenes con comentarios llenos de historia y sabiduría que los demás participantes apreciaban.

En 2017 nos sorprendió la triste noticia de su partida. Con él se fue un apasionado de los viejos transportes, una fuente inagotable de historia pero, por sobre todo, un amigo.

Recordando a un amigo

¿Qué foto puede definir mejor a Carlos si no es ésta, sumergido en el medio de un desarmadero revisando fierros viejos…?

Pucha que Carlitos era un tipo jodido, de carácter absolutamente contrapuesto al mío, por lo cual a veces teníamos conflictos y peleas. El veía todo desde la pasión y, por ver yo todo desde la razón, terminábamos en choques dialécticos que siempre conducían al mismo final: a uno dándole la razón al otro. 

Éramos así, tan distintos, que a cada rato terminábamos chocando. Por un tema o por otro, siempre había una polémica dando vueltas. Nos hemos dado con un hacha, por trivialidades que eran inocentes, cosas de fierreros…

Que sirva la siguiente anécdota como ejemplo de nuestra amistad: 

Allá por 1990 y pico, en una visita a su casa, aparece muy contento con un sobre. -Mirá lo que conseguí- me dijo.

Eran unas fantásticas fotos de los ómnibus Leyland de la Compañía Avellaneda de Transportes. Primero me muestra un Royal Tiger de la 110 hoy 90. Y yo, a los gritos de la sorpresa. 

Después sacó otras dos fotos del sobre: era un Olympic de la línea 105 que me dejó sin palabras: le habían dado vuelta las ventanillas de subir y bajar para hacerlas corredizas. Era algo rarísimo, nunca visto. Era lógico que le hiciera el pedido: -¡Dejame copiarlas!

-No- me respondió. Adujo la primicia periodística, que quería reservarlas para alguna nota, preservarlas de eventuales recopiados, etc. Y me sacó… 

- ¡Pero no te la pido para copiarlas a medio mundo! ¡Sos un desbolado, las vas a perder! ¡Lo que quiero hacer es un respaldo por si las perdés! ¡Te conozco!

- Pero no hubo caso. El Leyland de la 105 quedó en el sobre al abrigo de cualquier indiscreción, pese a mis protestas. En verdad tenía miedo que las perdiera… que fue lo que finalmente sucedió. 

-¡Te dije que las ibas a perder! ¡Ahora esas imágenes rarísimas no existen más! ¡No las tenés ni vos, ni yo ni nadie! ¿Te das cuenta que si las tuviera yo podría reponértelas? Y tuvo que darme la razón. Todo quedó atrás.

Hacia 2013 ó 2014 me llamó por teléfono. -Tengo una sorpresa- Me dijo. Nos juntamos en un bar y me entregó un sobre pequeño: -encontré los negativos de las famosas fotos de los Leyland. Y te los traje para que las copies. Menuda sorpresa, no podría creerlo.

A la semana siguiente nos volvimos a encontrar, para devolverle los negativos. Justo venía del laboratorio fotográfico, de retirar las fotos. 

- ¿Y? ¿Cómo salieron? – Me preguntó, mientras abría el sobre.

- Esperá, que separo mis fotos – le dije, al tiempo que las guardaba en mi portafolio. Carlos cambió su semblante, su cara era de triste sorpresa y me preguntó, compungido: 

- ¿Pero… no me las vas a mostrar?

- Bolas, hice dos juegos. Este es el tuyo. Tomá. Y Carlitos sonrió.

Creo que fueron dos cafés cada uno, unas cuantas facturas y un par de jarras de agua que consumimos hablando de los Leyland, tras resolver ese conflicto de más de veinte años. Nos fuimos del bar cuando ya anochecía.

Una de las fotos en cuestión, recuperadas gracias a la milagrosa aparición de los negativos. Era historia pura y desconocida, que felizmente no se perdió. (Foto: Colección Sr. Errante. Gentileza Carlos Achaval)

Y siempre así con este viejo amigo. Se lo extraña. 

Pero sé que estará en algún lugar, quién sabe dónde, rodeado de colectivos de once asientos, ómnibus de preguerra de esos con plataforma y de sus amadas carrocerías Agosti de madera. 

Sé que estará feliz.


Alejandro Scartaccini
Octubre de 2020

 

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