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Incógnita interurbana tucumana
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Esta hermosa imagen nos retrocede hasta la década del '60 en la provincia de Tucumán, cuando aún era habitual ver a estos vehículos en acción, configurados de manera tradicional con el infaltable portaequipajes en el techo.
Pertenece a una tradicional empresa de media distancia, conocida como Piedrabuena en tiempos recientes. Podemos observar que, por aquellos años, la palabra se dividía en dos, Piedra por un lado y Buena por el otro.
El chasis es un Bedford de 1957; su carrocería nos dejó pensando, porque se asemeja a una más antigua "injertada" sobre un chasis más reciente. Pero uno de nuestros amigos aportó la respuesta correcta: fue fabricado en San Rafael (Mendoza) por la firma Taboas Hnos.
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Expreso Piedra Buena o Piedrabuena, fue otra de las tantas empresas creadas por los “pioneros”, en este caso los hermanos Carlos y Dante Singh.
De la eximia pluma del poeta norteño don Juan Manuel Aragón, nos muestra que, aunque el tiempo se detenga por completo, los buses nunca dejarán de hacernos soñar.
Aunque los recuerdos pasen fugaces, nos harán volver en el tiempo, trayéndonos la nostalgia y el romanticismo de una época inolvidable.
“Cuando llegábamos por primera vez a la ciudad, la terminal vieja nos parecía un portento de modernidad y civilización.
Sin falta, a las tres de la tarde, de la plataforma 14 salía el ómnibus que nos llevaba al suelo querido. Empresa Piedrabuena, La ruta al principio estaba asfaltada hasta el Mástil, luego a Piedrabuena era un ripio que no impedía que una nube de polvo acompañara todo el camino. Y en El Arenal, territorio santiagueño propiamente dicho, empezaba la tierra—tierra, el tramo más bravo del viaje.
Oiga, visto desde ahora era una aventura. Si había llovido, los policías de la caminera del Arenal le avisaban al chofer que iba a ser difícil pasar el bajo de La Mesada, mientras los pasajeros se incomodaban, peligraba la tranquila llegada al terruño. Desde antes de pasarlo, el barro y el salitre hacían que el colectivo pegara unos bandazos que desacomodaban los bultos y mareaban a las viejas. Entonces encaraba y encaraba en medio del barro, resbalando en ese fango jabonoso, la mirada atenta del chofer y su pericia “porque ahora no es nada, el otro día hubieras visto”, te contaba, pero no me importaba nada, porque estaba volviendo, ¿entiende?, ¡volviendo!
Quienes viajaban a Tucumán llevaban cientos de encargos de parientes, amigos y vecinos: una mecha para el bidabarquín, dos camisas de lámpara, alpargatas del 10 que le había pedido el amigo “Rueda luna”, ¿cuál más, oiga?, anilina Colibrí colorada para la vecina que estaba tejiendo una colcha, además tenía que contar en la veterinaria cuáles eran los síntomas del mulo del compadre para que le recete algo, sin que faltaran los caramelos para los hijos y nietos.
Pasando Rincón Grande, empezaba el larguísimo bajo de la Mesada con el agua llegando hasta más arriba de la mitad de las ruedas. La gente miraba atenta por las ventanillas, las mujeres se persignaban y Carlos, Dante o don Paco, aferrados al volante buscando no salirse un milímetro de la huella. Llevando el coche sin pausa y sin prisa al otro lado.
Cuando terminaba la odisea por el Bajo de la Mesada, el chofer detenía la marcha, se bajaba, revisaba que el chaperío siguiera en su lugar y seguía adelante. Todavía quedaba el bajo de Sol de Mayo, más peligroso porque era más hondo, pero más cortito también. Pero si se quedaba “verguiando”, de Sol de Mayo, don Tesoro Hernández enviaba un caballo con cadenas para ayudarlo a seguir, es más, a veces andaba cerca por las dudas. Y no va a creer pero al final terminaba saliendo.
Miles de anécdotas habrán pasado los lectores, en esas bravas siestas de antes, repletas de bobadales inmensos y noches amanecidas peleándole al barro, con los pasajeros y el chofer peludeando en medio del lodazal porque el ómnibus se había ido a la banquina y no había Dios para llamar por teléfono con un pedido de auxilio, porque los celulares no existían ni soñando.
Un poco antes de que llegara el pavimento a la villa y dejara de ser el ancochal detrás del que vivían escondidos los bobadaleños, sus autoridades decidieron bautizar las calles. Empezaron por los que habían sido comisionados municipales, siguieron por los vecinos caracterizados de los alrededores más los próceres nacionales del partido político al que hacían votar en elecciones de hacha y tiza. Pero se olvidaron de Carlos y Dante Singh y don Paco, que fueron los que abrieron ese rincón santiagueño al mundo. Ni siquiera recordaron a la querida y nunca bien ponderada empresa Piedrabuena: la avenida principal y única debió en justicia llamarse así y de ninguna otra manera.
Ahora que el ómnibus de Santiago un día no viaja porque al dueño le duele la muela, al siguiente tampoco porque es sábado y al otro tampoco porque necesita la plata para su hotel de Pozo Hondo, debieran mirar con agradecimiento a estos próceres del volante, a quienes el departamento Jiménez de Santiago del Estero, les debe el haber tenido un vehículo que los conectaba con el resto de la Argentina.
Demos gracias a los dioses que encomendamos el alma, porque cuando el camino a Tucumán dejó ser una sinuosa senda de sulkys y se abrió a fuerza de topadoras, motoniveladoras, a estos arriesgados empresarios se les ocurrió poner una línea de ómnibus, para que, en adelante, el mundo no estuviera tan solo, sin nosotros. Oiga, un pago tan lindo como aquel merece ser conocido”.
Reciban Uds., todo mi respeto.
Viajé en innumerable cantidad de veces en ese coche Bedford D5 modelo 1957-58 de la Empresa Maipú, hasta que fue reemplazado por otro, 0km, .....¡recién a fines de 1972...!!!!
Roberto: cierto, olvidé a Taboas y su similitud con este modelo. Es casi seguro que se trata de un producto de esa firma sanrafaelina. Increíble que haya durado uno hasta fines de 1972 en Mendoza aunque, pensándolo bien, tenía "solo" 15 años de antigüedad aunque pareciera más viejo.