El
día que Juan Pablo II viajó en colectivo
Es poco recordado
en general el hecho de que durante su primera visita a nuestro País,
durante la Guerra de las Malvinas, el Papa Juan Pablo II viajó
en colectivo, luego de su visita a la Basílica de Luján.
El hecho es anecdótico
de por sí, pues ese viaje, entre la Basílica y la estación
del ferrocarril, no estaba previsto. Es muy recordado entre los colectiveros
lujanenses de la época, varios de los cuales aún continúan
en funciones y otros, aunque retirados de la tarea de conducir, cumplen
otras tareas dentro del mismo gremio.
Una y mil veces,
en nuestras sucesivas visitas a las empresas de la zona, nos recordaban
el nombre del afortunado a quien le había tocado en suerte ser
el colectivero papal: Don Milán, Don Milán...
repetían. Y nos entró la curiosidad por conocerlo
y entrevistarlo.
Un amigo nos sirvió
la oportunidad en bandeja, al conseguir su teléfono. Y un fresco
sábado a la mañana marchamos a Luján junto a Christian
Da Costa, uno de los investigadores del transporte más conspicuos
de la zona oeste del Gran Buenos Aires, con la entrevista previamente
asegurada.
Don Angel Milán
nos recibió en su céntrica casa lujanense y nos contó
todos los entretelones del sorpresivo viaje del Papa en colectivo, de
cabo a rabo.
Yo era,
en aquel momento, gerente de la empresa Libertador San Martín,
que explotaba la línea 501 acá en Luján. Antes
de la llegada del Papa, recibimos un llamado de la Municipalidad,
que nos pidió tres colectivos para trasladar a periodistas
y responsables de prensa. Y quise ir personalmente, para estar cerca
del Papa y vivir todo ese acontecimiento por dentro.
Fue difícil
llegar a la basílica. Estaba todo bloqueado por la increíble
cantidad de gente que había llegado de todos lados para ver
a Juan Pablo II. Cuando logramos llegar, estacionamos los tres coches
detrás de la basílica y quedamos a la espera de entrar
en funciones.
Entretanto,
nos informan que los planes habían cambiado: no transportaríamos
periodistas si no a una gran cantidad de Cardenales y Obispos nacionales
(que habían llegado de todo el país) y del CEPAL (N.
de la R.: Conferencia Episcopal Para América Latina) porque
se habían olvidado de proporcionarles un medio de transporte
para el momento en que todo hubiera terminado.
Mientras
la espera continuaba, se acercaron tres obispos a los coches estacionados.
Se subieron a uno de ellos y comenzaron a conversar. Y en ese momento
comenzó a lloviznar.
Se bajan
del colectivo y uno se acerca a mí. Lo reconocí: era
el Monseñor Calabrese. Y me pregunta, así como si tal
cosa: ¿Se anima a llevar al Santo Padre? Me quedé duro,
sorprendido. ¿Yo transportar al Papa? Hasta creí que
se trataba de una broma... pero me aclararon el porqué de tal
decisión: estaba previsto trasladarlo en los vehículos
presidenciales, Ford Fairlane, que el Gobierno Nacional había
mandado a Luján. Pero, además de estar blindados, tenían
vidrios polarizados.
Juan Pablo
II había dado la orden de que quería estar cerca de
la gente. Que quería ver al pueblo. Y en esos automóviles
no podría estar todo lo cerca que él pretendía.
Y por eso los obispos comenzaron a buscar desesperados un vehículo
apropiado... y se cruzaron con los colectivos. "Son propicios"
habrán pensado.
Yo estaba
muy nervioso y a la expectativa, cuando veo venir hacia mi coche a
los cardenales Pironio, Calabrese y Primatesta junto al cardenal Paul
Marcinkus. Subieron, charlaron unos segundos y se me acerca Marcinkus,
que en perfecto castellano me dice: "Usted ha sido el elegido
para llevar al Papa". Y, lo juro, se me aflojaron las piernas.
¡Quién sabe por dónde andaría mi presión!
Marcinkus
y Calabrese habrán visto mi cara y se acercaron. -Quédese
tranquilo -me dijeron- Su Santidad es una persona muy cálida
y humilde y su presencia le dará mucha paz-. Otros prelados
y el personal a cargo del Papamóvil también se acercaron
para intentar calmarme. "Es un tipo piola" me comentaron.
No va a pasar nada...
Estudiaron
a los tres colectivos y eligieron al interno 1, el más nuevo
de la flota.
El coche 1 era un
Mercedes Benz LO 1114/48 carrozado por El Detalle en 1981. Era casi
nuevo cuando le tocó en suerte transportar al Papa. Fue una de
las poquísimas unidades cero kilómetro que la empresa
incorporó a lo largo de su historia. La flota de la 501 siempre
fue discreta, con vehículos casi siempre incorporados usados
y con algunos años sobre su chasis. No obstante, su mayoría
estaba decorosamente mantenida.
Vista del coche 1 en pleno servicio por las calles de Luján,
tomada muchos años después de haber transportado a tan
ilustre pasajero. (Foto: Alejandro Scartaccini).
La Policía
Federal protestó. Argumentaban que no se podía transportar
al Santo Padre en un colectivo sin la más mínima seguridad.
Ordenaron revisarlo y un montón de policías se subieron
al coche. ¡Casi me lo desarman! Tan puntillosa fue la revisión
que hasta me desmontaron los fierros que sostenían la boletera...
Yo no podía
más de los nervios. Tras eso, se acercó una persona
que me indicó que por un tema de seguridad nacional debía
sí o sí tapar con algo los destinos pintados en el cartel
luminoso. Uno de ellos era "Cuartel 5°" y justo estábamos
en guerra con los ingleses... Salí corriendo y encontré
un negocio abierto. Conseguí dos banderas argentinas y las
montamos como pudimos sobre los carteles.
Entretanto,
acomodaron un asiento junto al mío, para que la gente pueda
ver mejor a Juan Pablo II y que él tuviera una vista, digamos,
privilegiada. Pero el asiento resultó un tanto incómodo,
porque hubo que ponerlo cerca de la palanca de cambios la cual, otra
no quedaba, le quedaría al Papa entre las piernas.
Yo seguía
muy nervioso. En un momento, comenzaron a salir obispos y los colectivos
se llenaron. De repente veo una marea de flashes que, lo juro, enceguecían:
llegaba el Papa.
Saludó
a todos y se acercó al coche por su parte delantera, pero caminó
a lo largo del coche y se subió por la puerta de atrás
para saludar, uno a uno, a todos los obispos y cardenales que estaban
ya acomodados dentro del coche.
Yo ya estaba
acomodado en mi asiento y él vino y se sentó a mi lado.
Lo único que atiné a hacer fue tenderle la mano y el
me la tomó, como tranquilizándome. Apuntamos para salir
y lo que vi era sorprendente: había personas y personas apiñadas
una arriba de la otra. ¡No se veía ni la calle!
Salimos
primero, con las motos policiales que nos abrían paso. Yo había
recibido la orden de no abrir las puertas pasara lo que pasase. Les
indiqué a los motociclistas que me abrieran paso por delante
y por los costados y comenzamos a avanzar. La gente era una marea
humana, gritaba y cantaba... ¡No se veía nada! Y el Papa
bendecía, a ambos lados de la calle.
El viaje está a punto de comenzar. Juan Pablo II ya está
acomodado en su improvisado asiento y, al volante, aparece Angel Milán.
Atrás, se acomodan obispos y cardenales. (Foto: Colección
Angel Milán).
Otra toma previa al inicio del viaje. El apuro con el que fueron puestas
las banderas salta a la vista: están unidas entre sí con
cinta adhesiva. ¡Ah! Resistieron todo el recorrido. (Foto: Colección
Angel Milán).
El colectivo ya está en la calle, flanqueado por las motocicletas
policiales. Durante todo el trayecto fue rodeado de gente entusiasmada
por ver al Santo Padre quien, como se alcanza a apreciar, saluda y bendice
a la enfervorizada multitud. (Foto: Colección Angel Milán).
A las cuadras
junté coraje y me animé a hablarle. -¡Cuanto entusiasmo
hay en esta gente!- Le comenté. -Molto, molto, molto...- me
respondió. Fue lo único que le dije en todo el viaje.
Finalmente,
llegamos a la estación, donde debía abordar el tren
especial. Saludó a todos los cardenales y, antes de bajar,
se dio vuelta, extrajo un rosario de entre su sotana y me lo regaló.
Me dio la mano y se despidió.
Por suerte
todo salió bien. Al tiempo, me llamó Monseñor
Ogñenovich, el obispo de Mercedes, para que le escriba una
carta a Juan Pablo II. Se la debía acercar a él, quien
la llevaría personalmente al Vaticano. Tardé muchísimo
en hacerla, porque mi dilema era: ¿Qué le pongo? Parientes
y amigos quisieron ofrecer ayuda, pero terminé escribiéndola
solo y llevándola personalmente al obispado de Mercedes.
Al tiempo,
justo el 11 de septiembre que es el día de mi cumpleaños,
llegó una carta sin remitente: era del Vaticano. Era la contestación
de Juan Pablo II a través de su secretario, que me hacía
llegar sus bendiciones para mí y mi familia y un agradecimiento
por haberle escrito.
Pero todo
no terminó ahí: llegaron los reportajes en revistas;
uno en televisión, que me hizo Mónica Cahen d´Anvers
e incluso fui uno de los "personajes del año" de
la revista Gente, en 1982.
Aún
conservo la carta, que enmarqué junto a una fotografía.
Y el rosario lo tiene mi hija, porque tuve una grave enfermedad en
el corazón y sufrí una operación importante en
la Clínica Favaloro. Lo llevó el día de la operación
y salió todo bien. Y nunca más se desprendió
de él.
Y también
conservo la campera que llevaba ese día de recuerdo. ¿Ponérmela?
¡Ni loco! Si no me va a entrar...
Y ante nuestra insistencia
tomó coraje y se la probó... para descubrir que le
entraba. Y fue infaltable, para cerrar la entrevista, la foto testimonial,
de Don Milán con dos de sus recuerdos más importantes
de ese día.
Y he aquí
a Don Milán en la puerta de su casa con la campera que, para
sorpresa suya, le calzó perfecto. Sostiene en sus manos el cuadro
que contiene una copia de la carta que le mandó al Santo Padre
y su contestación, además de una fotografía de
aquel recordado día. (Foto: Alejandro Scartaccini).
Y el otro protagonista
de aquel día, el colectivo que transportó a Juan Pablo
II, tiene su historia aparte: durante toda su vida útil circuló
en la Libertador San Martín. En ella envejeció y circuló
hasta el último día que la empresa prestó servicios,
pues su concesión fue caducada.
Quedó dentro
de los garages de la empresa, guardado, hasta que se propuso declararlo
Patrimonio Histórico, debido al singular viaje que le había
tocado en suerte realizar. Y así fue: hoy el colectivo es Patrimomio
Histórico y está depositado en el Museo del Transporte
de la ciudad de Luján.
Pero siempre hay
un pero, valga la redundancia. Los finales felices no son frecuentes
en las preservaciones de vehículos de transporte de pasajeros
y, hasta ahora, no se vislumbra uno que beneficie a esta pieza histórica.
Llegó en
el estado que se encontraba, muy deteriorado. Y fue ubicado en los fondos
del Museo, a la intemperie. ¿Resultado? Su degradación
continuó. Muy lentamente, se está deteriorando aún
más.
Una importante concesionaria
Mercedes Benz habría ofrecido tomar a su cargo la restauración
de la unidad, pero ciertas desinteligencias entre las partes harían
que la restauración se demore, para desgracia del pobre colectivo
que languidece ahí tirado, esperando un futuro mejor que parece
estar al alcance de la mano.
Esta foto ya tiene
unos añitos: el coche 1 de la 501 llegó en estas condiciones
al Museo del Transporte lujanense. Como se ve, el deterioro es más
que evidente y, a medida que los años pasan, la situación
se agrava y el estado del coche empeora. Tenemos entendido de que las
autoridades del Museo no permiten tomar fotografías en su instalaciones:
esperamos sepan comprender esta infidencia, pues su publicación
tiene la sana intención de lograr el bien de esta histórica
unidad. (¿Foto? Bond, James Bond).
La solución
estaría cerca. Faltaría llegar a un acuerdo que esperamos
se logre pronto. Las partes tienen una pieza valiosa en sus manos, que
amerita un futuro mucho mejor que el de ser devorado por el óxido.
Ese pedacito de historia de nuestros transportes no se merece un final
tan triste.
Por favor, dénnos
una alegría.
Alejandro Scartaccini.
Agosto de 2006.
Agradezco
especialmente a mis amigos Christian Da Costa Lópes por su apoyo
logístico y los datos brindados y a Diego Spezia, pues la nota
no hubiera sido posible sin su intervención. Y, desde ya, a Don
Angel Milán, por abrirnos amablemente la puerta de su casa y
compartir sus recuerdos.
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