El 14 de la San Vicente

Muchos memoriosos, transportistas y aficionados recuerdan al interno 14 de la San Vicente que circuló durante buena parte de la década de 1960 y parte de la siguiente, pues era un vehículo muy particular, fabricado con formato de ómnibus por La Carrocera del Sud sobre chasis Bedford J6LZ1 frontalizado.

Era un coche tan único como especial, lo cual hizo que se perpetuara en la memoria de mucha gente. Dio la casualidad de que el sobrino de su dueño, Jorge N. Muñoz, sea uno de los fans de este sitio y participante de la galería Pedacitos de Historia. Con toda su buena voluntad, nos preparó un testimonio, una historia de vida como tantas, que tiene al Viejo Catorce como actor principal.

En sus recuerdos se deja entrever el cariño que guarda por este ómnibus tan peculiar. Y el epílogo de esta nota guarda una sorpresa, incluso para nuestro amigo Jorge, que tan gentilmente nos acercó sus recuerdos.

De Paseo en el Catorce

Una fría mañana de julio en Longchamps, en el Gran Buenos Aires, nos preparamos para salir de pesca en el Catorce. Todos corren, cargan cosas, la carnada, los chorizos, se calientan los termos... -¡No se olviden nada, ya salimos! Gritó el Tío Roberto.

El Catorce brama como un toro en el silencio del pueblo con el particular ritmo de su motor Bedford regulando, humeante en la niebla de mi niñez.

Un recuerdo intacto, 44 años después.

El Catorce era el ómnibus de mi Tío Roberto, un coche tan particular como su dueño, que echó a rodar en 1964 al servicio de la Empresa San Vicente y lo hizo por más de diez años. ¿Qué puede tener de particular un Bedford, que era un chasis tan común en esta empresa?

Lo había carrozado La Carrocera del Sud sobre un chasis frontalizado. Fue el único ejemplar que se fabricó a pedido de mi tío, que hizo diseñar el modelo desde cero, junto a los planos. Mi primo Roby aún los conserva (y seguramente los encontrará cuando ya no los busque y en ese momento los copiaremos para la posteridad).

Antes de ingresar a la fábrica para su carrozado, se tuvo que reformar y reubicar la caja y columna de dirección como así también la ubicación de la palanca de cambios, cosa que hizo mi tío personalmente en la puerta de su casa, donde tenía un taller muy completo.

Curiosidad: en el momento en el que el tío Roberto estaba trabajando en las reformas mi primo Roby, que tenía unos 12 años, jugaba sentado al volante, mientras las ruedas se hallaban levantadas y despegadas del piso, por eso le era fácil girarlas. Y descubrió que, debido a la reforma, cuando se accionaba el volante hacia la izquierda, las ruedas giraban... ¡¡A la derecha!!

Tuvo que intervenir el tornero y fabricar un brazo de dirección nuevo, para solucionar esta curiosa anomalía y permitir que la dirección del Catorce girara como Dios manda.

Tenía sin dudas un styling moderno para la época, con ventanillas rectangulares y parantes finos. Si bien no era panorámico, la superficie vidriada era importante y su interior era muy luminoso. Sus asientos, tal como alcanza a verse en las fotos, eran aptos para viajes de media o larga distancia: tenían respaldo alto y apoyacabezas, que estaba tapizado en color blanco.

Su parabrisas, amplio y compuesto de dos piezas simétricas, era exactamente igual a la luneta trasera. Mi tío así lo pidió ex profeso, porque el objeto era contar, en cualquier parte del mundo (así decía él) con un repuesto en caso de rotura: con solo colocar uno de los paños de la luneta en lugar del parabrisas roto y una chapa en la abertura trasera de la cual se había removido el paño que había sustituido al parabrisas, el coche podía seguir trabajando normalmente hasta que se repusiera el cristal faltante.

Ambas puertas eran neumáticas y los frenos de aire también eran parte de su equipamiento. Tenía luz de marcha atrás y, por si había que trepar, diferencial de alta y baja. ¡Una verdadera nave!

Estas tomas nos muestran lo extraño del diseño de este producto de La Carrocera del Sud, que nada tiene que ver con sus congéneres de serie. Obsérvese el curioso lateral con ventanillas rectas, el frente, con y sin el número 79 en la bandera; el parabrisas (aunque por desgracia no hay fotos de la luneta, para certificar su similitud con éste) y los asientos con respaldo alto, que alcanzan a verse en la foto parcial del lateral. (Fotos: Colección Jorge N. Muñoz).

Me trepo al enorme cajón que cubre el motor; desde allí veo cómo nos acercamos a Chascomús. La vibración del Bedford acelerando a 70 kilómetros por hora me hace cosquillas, pero el calor me hace volver al asiento del acompañante ubicado delante de la puerta de ascenso. Es tan difícil entrar, que los grandes no quieren ir allí...

En las fotos podemos ver los cambios en el letrero luminoso de destinos. En una de ellas aparece el número 79, asignado para identificar a la San Vicente a partir del 1º de enero de 1969. Hasta ese momento tanto la San Vicente, como su archienemigo el Expreso Cañuelas, no acostumbraban incluir sus números de línea (109 y 151, respectivamente) en su bandera.

Desgraciadamente las fotos no son color. Si lo fueran, notaríamos que el color del techo era crema y no el amarillo que la empresa adoptó años más tarde y que hasta hoy lucen sus unidades.

El Catorce acompañó muchos momentos felices, como así también alguno trágico. Finalmente, en 1975, fue reemplazado por un 1114 común y corriente, sin la mística de su antecesor. A pesar de tener el mismo número interno, el Catorce pasó a ser simplemente El Coche.

Nunca más lo vi. Seguramente su alma, junto a la del Tío Roberto, siguen yendo desde Plaza Constitución a San Vicente, como aquellos que se fueron cuando aún tenían mucho para dar.

- ¿Te ayudo, tío?

- Dejá eso, que te vas a ensuciar...

- Bueno... ¿Pero puedo barrerlo mientras le cambiás el aceite?

- Está bien ,pero no tires la mugre en la vereda, porque si no tu tía me jode...

El tiempo siguió corriendo y quién sabe qué destino tuvo, pero me llama a reflexionar que con El Catorce se fue un poco de mi niñez, un poco de la Historia de la San Vicente, de la zona sur y de los infinitos laburantes que transportó y que vieron recortada su particular figura mientras doblaba la curva de La Armonía.

Me alegra saber que estas líneas y sus fotos harán que el espíritu del Catorce no se vaya del todo.

Jorge N. Muñoz

Septiembre de 2009

Epílogo sorprendente

La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡Ay, Dios...!

(Rubén Blades, Pedro Navaja)

Mucho se ha hablado, escrito y comentado sobre las vueltas de la vida y las sorpresas que nos esperan a la vuelta de la esquina. En el momento menos pensado una circunstancia inesperada o un reencuentro nos cambian la vida, doy fe. Y aquí está por darse una vuelta de la vida por partida doble, porque una una circunstancia inesperada desembocará en un reencuentro completamente sorpresivo incluso para el propio autor de la nota que antecede a este epílogo.

Desde que inauguramos la galería Pedacitos de Historia, en agosto de 2009, no dejan de llegarnos fotografías que un montón de transportistas, aficionados y coleccionistas nos envían con el fin de exponerlas. Mucha gente nos envía sus fotos y nosotros las preparamos y ofrecemos en ese espacio a quien quiera verlas.

Un viejo amigo nuestro, llamado Nicolás Reuil, regularmente nos manda fotos, tanto antiguas que él consigue y digitaliza como actuales, que toma durante sus viajes por las rutas bonaerenses. Cada tanto recibimos sus envíos que nosotros, progresivamente, editamos y subimos a la galería.

Tiempo atrás, recibimos un e-mail en el cual nos comentaba sobre un bicho raro que había encontrado sobre una ruta, entre las localidades de Timote y Roberts, que según él era tan extraño que no había podido identificarlo. Cuando vi las fotos me quedé duro, no podía creerlo, e inmediatamente pensé en Jorge y en su historia de vida. Volví a mirarlas una y otra vez. Me resultaba increíble que justo en ese momento, cuando estaba por comenzar el armado y edición de la historia que Jorge nos envió tan gentilmente, me llegaran estas imágenes.

Recordaba una de las frases con las que Jorge remató la nota, que dice el tiempo siguió corriendo y quién sabe qué destino tuvo. Estás a punto de saberlo, Jorgito querido.

(Fotos: Nicolás Reuil)

Según Nicolás, el coche es utilizado como depósito o casilla en un campo. No pudo hablar con nadie que le pudiera aclarar algo sobre su historia, de cómo había llegado allí y en qué condiciones de mecánica se encuentra. Por lo que se ve en las fotos, es probable que sólo quede la carrocería pelada, sin mecánica alguna.

Pese a su mal estado, sus líneas son inconfundibles. Se ven los restos de la pintura de la San Vicente y sus rasgos generales se conservan inalterados, a pesar de los signos de abandono que presenta. Sus ventanillas rectas, su frente, los restos de su librea... es como si ese espíritu tan especial que, según Jorge, el Catorce trasmitía, aún permanece allí, quietito, al costado de la ruta, cada vez más apagado a medida que la herrumbre avanza.

Tal vez fue ese espíritu el que ha guiado a nuestro amigo Nicolás a verlo al costado de la ruta justo en el momento indicado, a chistarle imaginariamente y decirle -¡Ey! ¡Aquí estoy! cuando estábamos a punto de armar esta reseña. No fue ni antes ni después, fue en el instante preciso.

A veces, las vueltas de la vida no dejan de sorprendernos, como en este caso. Pocas líneas más arriba, Jorge se preguntaba qué habría sido de él y ahora, unos renglones más abajo,acaba de reencontrarse con su viejo amigo, con ese pedazo de su infancia, de la historia de la San Vicente y de la zona sur que se había ido para no volver.

Y aquí está, amigazo, te espera al costado de una ruta, entre Timote y Roberts. Ese pedazo de tu vida resistió el implacable paso del tiempo y te aguarda, para rememorar juntos aquellas vivencias que compartieron en aquellos viejos tiempos, de los que guardás tantos recuerdos en tu memoria y en el alma.

Alejandro Scartaccini

Julio de 2010

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